José Francisco Gómez Hinojosa, vicario general de la Arquidiócesis de Monterrey (México)
Vicario General de la Arquidiócesis de Monterrey (México)

Los dos patronos de los maratonistas


Compartir

El evangelio de hoy -Juan 20,1-9- nos presenta, además de María Magdalena, a dos personajes como protagonistas: Pedro y Juan. Hay que agradecerle al evangelista la sencillez del relato, acostumbrados como estamos a sus reflexiones muchas veces abstractas y difíciles de morder, y que abundaron en esta Cuaresma y Semana Santa.



Y es que el cuarto reporte sobre las palabras y los hechos de Jesús, como lo describe la Biblia de la Iglesia en América: “… consciente de la acción del Espíritu Santo en la misión de los discípulos de Jesús, escribe el ‘evangelio espiritual’, presentando la misión de Jesús, según una nueva luz, después del trabajo de los tres evangelios sinópticos (Marcos, Mateo y Lucas)”.

Dice el texto de hoy Domingo de Pascua: “Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Los dos corrieron juntos, pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro y llegó antes que él… pero no entró”.

Exégetas se han detenido en las reacciones de los tres involucrados: María supone que se han llevado el cadáver; Pedro se extraña y no saca conclusión alguna del hallazgo; Juan, en cambio, “vio y creyó” -en la Resurrección de Jesús-.

sepulcro vacío

Sepulcro vacío

El gesto de Juan, de haber esperado a Pedro, siempre se ha interpretado como una deferencia del discípulo más joven hacia el coordinador de los apóstoles, que suponemos era más grande de edad.

A mí, maratonista irredento y lento, la historia me lleva a colocar en el santoral de los deportes a Pedro y Juan.

El primero, como patrono de los corredores que iniciamos despacio una competencia y la terminamos todavía más pausadamente. El segundo, protector y guía de esas liebres humanas que hacen 4 horas o menos en los 42K.

Vaya mi gratitud para todos esos Juanes que me han esperado, así como el discípulo amado le tuvo paciencia a Pedro.

Pro-vocación

¿Cómo decirle “¡Felices Pascuas!” a las madres buscadoras de sus hijos desaparecidos, a los migrantes tratados como esclavos, a los jóvenes obligados a ingresar al crimen organizado, a los pobres sin acceso a medicamentos? Solo en la medida en que busquemos colaborar para la construcción de una paz justa y digna, podremos pronunciar con autoridad moral ese deseo.