Rixio Portillo
Profesor e investigador de la Universidad de Monterrey

Lidia Maksymowicz, testimonio de radicalidad humana


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El testimonio de Lidia Maksymowicz sobre sus vivencias en un campo de concentración son el tema del libro ‘La niña que no sabía odiar’ (Rocaeditorial, 2023), publicado con autoría conjunta entre la octogenaria universitaria y el periodista italiano, Paolo Rodari, además con unas palabras introductorias del papa Francisco.



Lidia Maksymowicz es una sobreviviente del holocausto nazi, aunque nació en Bielorrusia, de padres católicos, la vida la llevaría al campo de concentración de Auschwitz, en el que permanecería varios meses con solo cinco años de edad.

La obra cuenta en primera persona como Lidia Maksymowicz vivió cada momento, no tanto desde la descripción mental, pues era solo una pequeña niña, sino desde los fugaces recuerdos que dejaron huellas indelebles en su persona, en su forma de pensar, de actuar, de vivir, y de creer.

Lidia Papa Vatican Media

Pensamientos desde la oscuridad

Una lectura retadora en medio de conflictos que arrastran a millones de víctimas por la violencia ante la denominada  globalización de la indiferencia, que denunció el papa Francisco, por desinterés, complicidad o la disfrazada neutralidad de tantos y muchos que están allí.

La autora al inicio da razones de su testimonio: “¿Qué error se cometió antes de que se abrieran los campos? — se pregunta — Recibir con los brazos abiertos palabras hostiles, por encima de toda lógica, que de repente se consideraron legítimas. Y sigue siendo así. Volvemos a admitir palabras que suenan a odio, separación, cierre”, señala.

Y yo preguntaría ¿somos conscientes de que estamos rodeados de pseudo líderes que hoy  hablan de odio, separación y guerra?

Del relato se destaca que Lidia Maksymowicz no solo fue víctima del horror nazi, a su salida del campo de concentración, es re victimizada con las mentiras propias del régimen comunista de la Unión Soviética, esas mentiras eufóricas de las que estamos acostumbrados, y que más de uno sigue aplaudiendo.

La autora da razones del texto indicando que “la palabra clave es memoria, esa clase especial de memoria que hay que practicar para mantener la buena salud de la democracia”. Una idea similar comentada por el papa Francisco el año pasado, abordada en este espacio.

Lidia Maksymowicz no fue judía, pero su vida quedará entrelazada y sellada por la sentencia antisemita, pensamiento que hoy  sigue en la mente y en el corazón de muchos. Ella misma dice: “El destino ha querido que yo sea judía sin serlo”.

Su testimonio hace presente a las víctimas de Medio Oriente, de Ucrania, y hasta de Latinoamérica, y de todo aquel que es atrapado por los brazos tenebrosos de la violencia entre hermanos. Aunque compararlos pueda parecer una desproporción, mientras haya llantos inocentes será posible hacerlo.

Dice en el libro: “Matan sin pensar. Matan sin remordimiento. Matan porque les han enseñado que es lo correcto. Es el mundo al revés. El mal como normalidad”. ¡Y vaya que se ha normalizado el mal, sobran ejemplos!

La vida amenazada

Un discurso lacerante en el que todos estamos dibujados de alguna manera, al menos todos aquellos que hemos vivido en mayor o menor parte un régimen de horror, — pensando sobre todo en mi país, Venezuela — aunque la autora siendo inocente, sufrió la atrocidad humana en primera persona.

El mayor riesgo es que “el odio que alimentó aquellos lugares siempre está al acecho, puede volver aflorar”, dice. Los penosos referentes saltan a la vista, xenofobia, discriminación, antisemitismo, anidados en el mente y corazón de tantos.

No sé si Lidia Maksymowicz leerá este comentario, pero me hace ilusión decirle que la tarea encomendada por su mamá en el campo de concentración la cumplió. Hoy no solo Lidia recuerda quién es y de dónde viene, sino que con su testimonio, todos sabemos quien es y cómo en ella identificamos el peso que cargamos y la huella de la violencia en nuestra piel.

La fórmula con la que Lidia Maksymowicz propone evitar el horror vivido, lo describe en un frase que escribo como cierre de este comentario:

“Para que el horror no se repita es necesario que los hombres y las mujeres hayan madurado hasta tener una conciencia crítica; han de saber rebelarse contra quienes fomentan el odio y la división, acoger la pluralidad, ser personas de amor y vida”.

¡Inmensa tarea!


Por Rixio Portillo Ríos. Profesor e investigador de la Universidad de Monterrey

Foto: Vatican Media