Las sorpresas de Francisco y los relatos mediáticos


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El pasado miércoles 21 de agosto fue la fiesta de San Pío X, papa desde 1903 a 1914 y cuyo mérito principal fue una purga “anti-modernista” en la Iglesia católica, y cuyos objetivos fueron biblistas y teólogos que intentaban, cada uno a su manera, reconciliar la fe con la ciencia y el pensamiento moderno. Pío X publicó una encíclica en 1907, Pascendi Dominici Gregis, que fue el documento base de dicha campaña, describiendo al modernismo como “la síntesis de todas las herejías”. También impuso un “juramento anti modernista” a todo el clero que se mantuvo hasta 1967.

Y esto es lo que lo hace interesante: si buscas en Google las palabras “papa Francisco” y “modernismo”, saldrán más de medio millón de resultados, la mayoría, acusando al papa de ser un modernista. Sin embargo, ahí estaba él, el 21 de agosto, en la misa por Pío X, en una capilla de San Pedro, como un miembro más del pueblo creyente, sentado en la sexta fila…  Si bien no sabemos lo que pensaba Francisco en ese momento, es difícil no pensar que quería honrar la memoria de su predecesor -sugiriendo, entre otras cosas, que quizá la visión de Francisco sobre el modernismo y los esfuerzos de la Iglesia para resistirse son un poco más matizados de lo que parece.

Su aparición sorpresa no generó titulares, en parte, por supuesto, porque fue el mismo día en que la corte australiana rechazó la apelación del cardenal Pell. En parte, porque confunde el relato que se ha creado alrededor de su figura desde el principio. Se supone que Francisco es el rebelde progresista pro-tercer mundo, sacudiendo los pilares de una institución recargada y reaccionaria, así que no cuenta.

Si Francisco hubiera aparecido por sorpresa en un monumento a Alfred Loisy, biblista francés considerado como el líder modernista de su tiempo y que fue excomulgado en 1908, hubiera tenido repercusión, puesto que es lo que los analista hubieran esperado. Ver a este papa honrar al hombre que persiguió a Loisy hasta que lo echó de la iglesia, genera cierta discordancia cognitiva.

Lo que esto nos lleva a pensar es el poder del relato a la hora de diseñar cómo se interpreta una figura pública, mucho más un papa. En su tiempo, el papa emérito Benedicto XVI tenía un relato potente, pero en términos mediáticos, muy negativo. Se le veía como ultraconservador, distante, frío… una especie de Darth Vader religioso. Francisco, por el contrario, es querido por los medios y todavía tiene una imagen positiva, en parte porque, una vez que los medios han tomado su postura por algo, tienden a ser muy resistentes a reconsiderarla.

Considerados controvertidos

En teoría, uno podría pensar que, debido a que los medios menospreciaban a Benedicto y aplaudían a Francisco, esto marcó la diferencia en cómo han sido acogidos. Irónicamente, se podría decir que esto ha tenido el mismo efecto para los dos, que es considerarlos “controvertidos”.

Generalmente hablando, los periodistas cubren las noticias como si todo perteneciera al ámbito político. No importa si el asunto es finanzas, cultura, ocio, deportes o incluso religión –pensamos inevitablemente en términos de partidos, luchas de poder y ganadores o perdedores, y así es como enmarcamos las historias que contamos. (De manera literaria, diría que Maquiavelo está vivo y trabajando en la mesa de reportero de cada periódico y televisión del mundo.) En ese sentido, no importa si los medios quieren o no a una figura pública. Convirtiéndola en política, los medios la ponen en la tesitura de ser amada por unos y odiada por otros.

Los efectos del relato

Lo que los medios hacen es encauzar las esperanzas y frustraciones previas del público sobre determinados objetivos, transformando dichos objetivos simultáneamente en héroes o chivos expiatorios dependiendo de quién está mirando. (Aquí la referencia literaria podría ser René Girard, pero lo dejamos para otra ocasión). El relato negativo sobre Benedicto tuvo el efecto perverso de hacerle tremendamente popular entre ciertos católicos, especialmente aquellos más proclives a rechazar los valores de lo que consideran liberalismo secular moderno, representado por los medios. De igual manera, el relato positivo sobre Francisco le ha hecho tremendamente impopular en los mismos cuarteles de la iglesia donde se idolatraba a Benedicto.

Con honestidad, el papado de Francisco puede estar más cerca en espíritu al de San Pablo VI que al de San Juan Pablo II o Benedicto XVI, pero eso no le coloca a la izquierda de la Iglesia. Benedicto, nunca fue un “poli” en la imaginación popular y ciertamente no revivió ningún golpe anti-modernista en los ocho años en los que estuvo al mando. En otras palabras, cuando los medios convierten a alguien en estrella, también le convierten en una imagen de cartón, una copia plana. No se puede hacer nada, excepto quizá, y de vez en cuando, permitir sorprenderse.