Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

Las pistas de nuestro “hermano cuerpo”


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Es muy probable que, si hubiera sido uno de nuestros vecinos del barrio quien hubiera sido ingresado en urgencias por un problema cardíaco, ni siquiera nos hubiéramos enterado. Pero como ha dado la casualidad de que ha sido un político y, además, apenas unos días antes había tenido muy malos resultados en las elecciones, la noticia ha tenido más repercusión que la que tendría una arritmia cualquiera. Más allá de lo anecdótico, esta cuestión me hace pensar en ciertos aprendizajes vitales que todos estamos llamados a realizar.



Cuando “algo no marcha”

Tengo la sensación de que nuestro cuerpo es, con frecuencia, mucho más inteligente que nosotros mismos a la hora de informarnos de qué nos sucede por dentro. Cuando la noticia saltó a los medios, no creo ser la primera que relacionó el problema de salud de este político con los últimos acontecimientos, que no han tenido que ser fáciles para él. Externamente podemos mostrar que estamos bien y que llevamos bien la tensión, las dificultades de la vida o el peso de la realidad. Incluso nosotros mismos podemos estar convencidos de ello, pero nuestra biología suele ser mucho más rápida que nuestra cabeza a la hora de intuir que “algo no marcha”.  

Todos tenemos ese “punto débil” físico donde se nos acumula el cansancio o las preocupaciones. Estas van encarnándose y adquiriendo formas muy variadas. Pinzamientos, migrañas, tendinitis, hipertensión o incluso dolencias más graves pueden ser avisos que nuestro físico nos está lanzando. No siempre prestamos atención a esas pistas que nos da nuestro “hermano cuerpo”, como diría s. Francisco de Asís, y nos perdemos un montón de información sobre cómo nos sentimos más allá de las apariencias.

Podemos vivir sordos a esos gritos que nos avisan de qué es lo que nos inquieta, qué nos afecta más de lo que creemos y qué tenemos que aprender a acoger de forma distinta. Ya alertaba Jesús que “lo que hablasteis al oído en las habitaciones privadas será proclamado desde los terrados” (Lc 12,3). Un buen aprendizaje para todos nosotros puede ser afinar el oído y prestar atención a esa voz que nos acompaña, que nos susurra en nuestra morada interior y que resulta ser nuestra aliada. No vaya a ser que, por ignorarla, nuestro cuerpo acabe gritando a los cuatro vientos aquello que no queremos escuchar y terminemos ingresados por un problema cardíaco.