Jose Fernando Juan
Profesor del Colegio Amorós

La sostenibilidad no es lo nuestro


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Como tantas otras palabras, “sostenibilidad” hunde su raíz en el latín y de ahí su significado: “la posibilidad de sostenerse por sí mismo”. Digamos que, mirado así, es un término, en al menos un punto, más humilde que la autonomía ilustrada que ha derivado en el engañoso individualismo que nadie se cree hasta el final. En este modismo empleado para todo, tan ecologista como económico, tan calculador como solidario, aparece el deseo de que quede solo en mera posibilidad, en dejarlo como una capacidad que, en el fondo, no queremos que ocurra.



Ninguna empresa será sostenible “por sí misma”, sino siempre dependiente. Las estrategias sostenibles para cuidar la casa común, la creación entera, siempre tendrán que considerar la acción humana. Un proyecto evangélico, por descontado, vivirá en la obligación y tensión continua de mirar a un lado y otro de sí mismo, para ser conjunción entre Dios y la humanidad, entre el Padre de Jesús en el Espíritu y este rebaño de hermanos tan frecuentemente mal avenidos. No terminamos de entenderlo porque, en el fondo, la confianza quisiéramos que dejara de ser confianza y la valentía evangélica nos gustaría que cupiera en una tabla de Excel.

Encarnarse

Por supuesto, nadie quiere que aparezcan locos irresponsables y dudamos de quienes vienen con aires de otros mundos posibles. Por supuesto. ¡Cómo no hacer preguntas, entrar en diálogo y hasta discusión! Es nuestra obligación por custodiar la seguridad, continuidad y estabilidad de lo que llevamos entre manos como obreros y siervos, sin poder decir que es nuestro, porque nos sabemos administradores, porque somos meros representantes, porque hemos adquirido sin más el papel de actuar en nombre de otro. Y esa responsabilidad pesa, tanto si se lleva bien, como si se lleva mal. Algo sabemos por las parábolas del tríptico de Mt 25, en las que, por cierto, la presencia del Señor al que se espera no se va ocultando más y más, sino encarnando mucho y mucho.

Sabiendo lo que se dice cuando se dice “sostenibilidad” pediría un cambio de lenguaje, como mínimo. La Iglesia que con tanto ahínco parece que se está encerrando y encerrando, al final termina sin saber bien qué hacer con los talentos que ha recibido. La Iglesia no puede dejar de ser, en el mundo, una suerte de aventura existencial y vital en la que poner a disposición la vida. La Iglesia, para ser lo que es, debería más bien confiar y confiar, en lugar de analizar y analizar a la espera de que llegue algún proyecto más o menos luminoso, y hacer y hacer. Sobre todo, y aquí estaría para mí la clave fundamental, hacer en comunidad, hacer juntos, hacer y vivir uniéndonos por la misión, hacer y entregar descubriendo el don del otro. Y quizá ahí, en esta tímida salida de sí mismo primero hacia el otro y luego ya en la cercanía al otro más lejano, se obrará cierto milagro.

Pero seguir insistiendo en la sostenibilidad por la sostenibilidad suena a ir cavando la propia tumba. Y me temo que algo de todo esto veremos con más claridad, si no lo estamos notando ya mismo. O confianza y fe, o nada y nada.