Rafael Salomón
Comunicador católico

La soledad no elegida


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Hace unos días por motivos de trabajo tuve que alejarme de mi familia, me hospedé en un lugar muy acogedor, donde experimenté en ciertos momentos mucha paz; sin embargo, esta situación me hizo reflexionar acerca de la soledad que para algunas personas no es una opción y es su dura realidad. Me enfocaré en la soledad que no es elegida, esa que por alguna razón se presenta en la vida de algunas personas como respuesta de sus acciones y decisiones. La triste realidad es que viven una soledad que ‘pesa’ y que vuelve lento el tiempo.



Mientras me encontraba en ese lugar pude darme cuenta que mientras esperaba a que pasaran las horas, había algo que me recordaba que esa soledad no sería por mucho tiempo. Me reconfortaba saber que en unos días estaría con los míos, volvería todo a la normalidad y me tranquilizaba saber que después de un tiempo disfrutaría con mi familia. ¿Qué sucede con aquellas personas que no tienen esa realidad? A quienes no los espera nadie, o no tienen la promesa de que alguien les hará compañía, la soledad en esas condiciones duele en el alma.

“Señor, tú me has examinado y sabes todo de mí. Tú sabes cuándo me siento y cuándo me levanto; aunque me sienta lejos de ti, tú conoces cada uno de mis pensamientos. Sabes para dónde voy y en dónde me acuesto. Tú sabes todo lo que hago. Señor, tú sabes lo que voy a decir aun antes de que las palabras salgan de mi boca”. (Salmos 73, 23-26).

Afrontando la soledad

Tenemos la esperanza de que Dios es nuestra compañía y que a nuestro lado siempre está, eso nos debería dar la fuerza necesaria para continuar y enfrentar el día a día. Pero la soledad, cuando no es elegida ni buscada, es como un lastre que hace complicado enfrentar cada día. Muchas veces damos por hecho que estar acompañados es algo normal y hasta obvio, la verdad es que en muchos casos no es así, en las ciudades y poblados hay gente que lleva mucho tiempo, incluso años viviendo en soledad, siendo parte de una sociedad, trabajando activamente o estando retirado como jubilado, sin olvidar aquellos que están enfrentando una enfermedad.

Hombre

Hombre camina solo. Foto: EFE

Cada quien afrontando su soledad, al final del día al cerrar la puerta de sus casas nadie los espera y muy pocos piensan en ellos, si no es que nadie. Es la soledad no elegida en la espera que no tiene ningún sentido, es el olvido de todos. Desayunar, comer o cenar da igual, siempre en soledad. Sin nadie que acerque un vaso con agua y por supuesto, sin el intercambio de ideas y opiniones, aunque en algunas ocasiones se refiera a las mascotas u objetos para aparentar un diálogo que para toda la humanidad es algo necesario.

Cuando no hay nadie a nuestro alrededor, podemos sentir la presencia de Dios en nuestras vidas, eso sucede cuando tenemos interés en conocerle, pero cuando la persona no ha tenido esa necesidad, buscar a Dios no es prioridad y sin duda, la soledad pesa doblemente.

La ‘despiadada’ soledad que apaga el alma

Cuando nuestra soledad tiene un objetivo, entonces podemos comprender lo que un monje en el desierto escribió: “Debemos pasar por el desierto y permanecer en él para recibir la gracia de Dios. Es allí donde nos vaciamos, donde arrojamos de nosotros todo lo que no es Dios”.

Charles de Foucauld (1858-1916), conocido como el ‘Hermano Carlos de Jesús’, fue un religioso francés que vivió gran parte de su vocación en soledad. Comprender que vaciarnos de todo aquello que nos aleja del amor de Dios es necesario en ocasiones, lo entendemos quienes buscamos el mensaje de amor y salvación, pero ¿qué sucede con aquellos que no comprenden o no quieren recibir el mensaje? En esa soledad intentan llenar vacíos, acciones que lejos de construir, generan destrucción personal y enfrentan lo que para ellos es la ‘despiadada’ soledad, esa que apaga el alma.

Mientras termino mi café en este lugar, soy consciente que lo único que me acompaña es el sonido de los utensilios que chocan entre ellos, generando un ambiente que me recuerda que nadie está conmigo. Decido llamar a mi familia para escucharlos, porque realmente no me agrada esta soledad forzada, no ahora. Una vez escuchando las voces de todos ellos, me reconforta saber los acontecimientos más recientes en familia y los comentarios que le dan vida a una relación familiar. Entonces mi soledad disminuye, se transforma y vuelve la esperanza.

Concluyo que, en mi caso este tipo de soledad no aporta nada en mi vida, tal vez llegará un momento, cuando mis hijos crezcan y entonces en mi vida tenga que buscar la soledad como espacio de reflexión, hasta entonces.