Rixio Portillo
Profesor e investigador de la Universidad de Monterrey

La religión no es el opio, es un derecho


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El relativismo ético es uno de los rasgos de la sociedad contemporánea. Eso que llamaba Bauman ‘sociedad líquida’, en el que todo es tamizado, diluido y nada tiene verdaderos fundamentos. Sin embargo, aunque haya muchas cosas puedan mirarse desde la diversidad y los grises o claroscuros, las verdades fundamentales de la vida social siguen estando allí.



Y si, la religión o mejor dicho, la libertad religiosa es un derecho y no el opio de los pueblos, lógica que ha tenido cabida en más de un capitalista, aunque la idea sea de origen marxista.

Los derechos humanos ya fueron comentados en este espacio, pero siempre es un tema necesario; éstos son prerrogativas progresivas, dependen uno del otro, y por tanto, si se irrespeta a uno, se irrespeta a todos.

Por eso hay que insistir en la libertad religiosa como derecho fundamental de cualquier sociedad. Nada ni nadie puede sustraer o eliminar la trascendencia de la persona humana, que siempre, de manera natural está llamada a creer en algo superior.

Conciencia y religión son esos lugares íntimos del ser que no puedes ser reducidos, ni menospreciados. No hay argumento ideológico válido, que justifique, atropellar la libertad de conciencia o la libertad religiosa.

Cuando no se respeta la libertad religiosa

Pero sobran ejemplos en los que estos son vulnerados; la reciente detención del cardenal Joseph Zen, en Hong Kong, por ser una voz crítica frente al gobierno de China, muestra lo resquebrajado de una cosa tan elemental. Aunque muchos no estén de acuerdo con la forma de proceder del purpurado, no es posible aceptar la persecución religiosa en el siglo XXI.

Hace poco, también se hizo viral un video de un grupo pro aborto irrumpiendo en la celebración de una misa en Estados Unidos, y el asunto más preocupante fue la lógica del creer que se tiene derecho a interrumpir un culto ajeno, pero más aún la reacción de responder con violencia para defender la religión.

Pues no, ni lo uno, ni lo otro, los católicos tienen el legítimo derecho de realizar su celebración en paz, y si alguien quiere protestar pacíficamente, que utilice con total libertad el espacio público. Pero no es cristiano responder a la violencia con más violencia.

Y si China y Estados Unidos parecen lejanos, en el corazón de América Latina, en Nicaragua, el gobierno implementa medidas directas contra obispos y sacerdotes, incluso con la expulsión del nuncio apostólico.

El asunto sigue estando en el campo de la ética, y la ética social cristiana propone a la libertad como valor de la vida social; pero la libertad no para hacer lo que venga en gana, sino para necesariamente rechazar el mal y optar por el bien.

El Estado laico no suprime a la religión

Desde la libertad es posible comprender la importancia del Estado laico, no en aquel que prohíbe a la religión ser y hacer, sino que promueve un enriquecimiento mutuo de la experiencia trascendente de sus ciudadanos, garantizando que pueden expresar públicamente su fe.

No es que la Iglesia (como institución) se meta en política, es que la política pueda darle el lugar que corresponde a cada cuerpo u organismo en la vida social, en un reconocimiento y relación justa, por ende en una subsidiariedad compartida en la responsabilidad.

Esta es una de las grandes lecciones del Vaticano II, el compromiso por la libertad religiosa, que incluye a todos los credos y religiones, y no solo al cristianismo.

Por ello, si quien lee este breve comentario, justifica algún acto de censura a la religión, por considerarlo necesario, piense que no es poca cosa relativizar los derechos humanos; eso puede ser el comienzo de un camino que hará más compleja la convivencia, y por tanto, dará pie a que se irrespete la conciencia, de unos y de otros.


Por Rixio Portillo. Profesor e investigador de la Universidad de Monterrey