Jesús Manuel Ramos
Coordinador de la Dimensión Familia de la Conferencia Episcopal Mexicana

La Patria


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Horacio Quiroga, célebre escritor uruguayo, escribió en su cuento “La patria” la siguiente frase: “El valor de tu patria radica en tu propio valer. Un pedazo de tierra no tiene más valor que el del hombre que la pisa en ese momento”. En el presente mes de septiembre, que en México denominamos “el mes de la patria”, vale la pena reflexionar un minuto sobre el tema.



No puedo generalizar, pero en ocasiones el patriotismo me parece un tema generacional. Por un lado, a los niños se les forma en el respeto a los símbolos patrios y se celebran con un dejo de inocencia, los acontecimientos más importantes en el devenir histórico de nuestro país. Por otro lado, los jóvenes van descubriendo que nuestra historia tiene matices, encuentran que no todo es blanco o negro, y entonces se tiene la sensación de haber sido engañados desde niños. Aparece cierta decepción por los hechos revelados de nuestra historia, de los cuales se exalta la versión de los vencedores, descartando la visión de los vencidos. Este alejamiento de lo patrio, se ve retroalimentado por la observación de las realidades vigentes en nuestro país.

¡Como México no hay dos!

Conforme crecemos y tenemos la oportunidad de conocer nuestra diversidad cultural y la riqueza que de ello deriva, cuando nos acercamos al conocimiento de otras culturas, cuando nos es posible cruzar nuestras fronteras ya sea de forma física, o por medio de las experiencias de personas conocidas, entonces no reparamos en afirmar con esa mezcla agridulce de lo maravilloso y lo sufrido: ¡Como México no hay dos!

De repente ser mexicano es pertenecer a una raza muy especial, algo así como a una mezcla de lo antiguo y lo reciente, de lo amerindio con lo europeo, con matices africanos y asomos orientales, con una forma muy particular de ver el mundo. Y entonces nos entendemos como ese pueblo que se ríe de la muerte, que sufre sus pobrezas, pero se burla de ellas. Un pueblo que no tiene miedo de alzar la voz ante cualquier tirano y sabe responder con la vida propia ante el desafío de defender sus creencias.

 

Nos reconocemos como ese pueblo, cuna del mariachi,  que sabe entonar sus penas y alegrías con un “canta y no llores” reconocido en todos lados. El pueblo que sabe dedicar danzas a la Madre del verdadero Dios por quien se vive, quien eligió las faldas del cerro del Tepeyac para que allí se le construyera una casita sagrada. Una nación a la que le sobra ritmo para poner a bailar a propios y extraños con el jarabe tapatío, la bamba, la Sonora Santanera y los Ángeles Azules. Descubrimos que en todo el mundo se reconoce nuestro tequila, que el chocolate es originario de nuestras tierras y que la gastronomía mexicana es considerada como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO.

Y qué decir de nuestra geografía, paraíso del turismo y punto de encuentro de muchas personas de diferentes nacionalidades, que año con año nos visitan para disfrutar de nuestras playas, nuestros ríos, los pueblos mágicos, la selvas, los desiertos y aun las montañas.

Además, nuestro temperamento apasionado pero alegre y despreocupado, nos hace ser bien recibidos en cualquier lugar. El mexicano lleva su identidad y su alborozo a cualquier latitud donde se encuentre, y eso me hace recordar otra frase de Horacio Quiroga que deseo compartir: “La patria es un amor y no una obligación. Hasta dondequiera que el alma extienda sus rayos, va la patria con ella”. Porque la patria no se limita a un territorio, llevamos nuestra patria a todos lados, pues es el conjunto de todo lo que amamos.

Como si lo anterior  fuera poco, el mexicano ofrece su amistad sincera y hospitalidad a cualquier persona de cualquier raza y de cualquier nacionalidad. A nosotros no nos importa el origen, sino el sentimiento; por eso podemos decir a cualquier visitante con sinceridad y alegría, “pásale a lo barrido, mi casa es tu casa”. Ante estas realidades, sin hacer de lado nuestros dolores y grandes desafíos como nación, no me queda más que seguir gritando, agradecido con Dios y voz en cuello, ¡Viva México!