La oscuridad de una santa luminosa


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En su viaje a Macedonia del Norte el Papa visitó su capital, la ciudad de Kjopie, en la que nació esa inmensa santa de nuestros tiempos: Santa Teresa de Calcuta. Allí Francisco peregrinó a su casa, recordó una vez más su figura y su extraordinaria obra a favor de los más pobres entre los pobres. Lo acompañaba esa pequeña comunidad de católicos en la que nació la fe de Teresa. Contemplar la plaza semivacía en la que se celebró la eucaristía presidida por el Papa, recordaba la frase de San Pablo que nos dice que Dios escogió “lo que el mundo tiene por débil, para confundir a los fuertes” (1 Co. 1-27). En aquella minúscula y remota comunidad llamó Dios a la vida a esa santa que iluminó el mundo con su testimonio.

En Calcuta, aquella pequeña e inmensa mujer caminó y sonrió entre los moribundos. Les llevó su alegría. Ellos también sonríen, algunos por última vez. Desde lejos, muy lejos, el mundo la aplaude y la premia (hasta otorgarle un premio Nobel) pero sin preguntar de dónde viene esa luz, cuál es el manantial de esa fuerza, esa paz, ese entusiasmo.

Sin embargo hoy podemos preguntarnos qué había detrás de lo que ella hacía, qué vivía en su corazón, cuáles eran sus sentimientos. Ahora que la Madre Teresa ya no está podemos hurgar en sus escritos y descubrir sus secretos, asomarnos al manantial y espiar sin ser vistos. ¿Cómo era la fuente de la que brotaba esa sonrisa?

En el libro ‘Ven, sé mi luz’ [1] se recogen sus escritos y sus cartas, allí podemos leer: “Señor, Dios mío, ¿quién soy yo para que tú me abandones? La niña de tu amor y ahora convertida en la más odiada, la que tú has desechado como despreciada, no amada. Llamo, me aferro, yo quiero, y no hay nadie que conteste, no hay nadie a quien yo me pueda aferrar, no, nadie. Sola”. Inesperadamente nos encontramos con una mujer que conoció profundas crisis, para la cual la presencia de Dios en el mundo no es una realidad evidente como aquella que proclaman a gritos algunos predicadores superficiales. Por el contrario, para Teresa Dios es un misterio insondable.

“La oscuridad es tan oscura y yo estoy sola. Despreciada, abandonada. La soledad del corazón que quiere el amor es insoportable. ¿Dónde está mi fe? Incluso en lo más profundo, todo dentro, no hay nada, sino vacío y oscuridad. Dios mío, qué doloroso es este dolor desconocido…”. Esta santa no solo ha compartido nuestro tiempo, también ha compartido con nosotros una de las características más dolorosas y profundas de ese siglo XX oscurecido por guerras e injusticias: la experiencia de la ausencia de Dios.

El mundo la premia, la considera famosa y habla de su permanente sonrisa en medio de las pobrezas más extremas. La santa también habla de su sonrisa a su confesor: “Todo el tiempo sonriendo. Las hermanas y la gente hacen comentarios de este tipo. Ellos piensan que mi fe, mi confianza y mi amor llenan todo mi ser y que la intimidad con Dios y la unión a su voluntad impregnan mi corazón. Si supiesen cómo mi alegría es el manto bajo el que cubro el vacío y la miseria”.

Esas palabras fueron escritas el 3 de julio de 1959, cuando ya hacía un poco más de diez años que había fundado la Congregación de las Misioneras de la Caridad. Tres meses después, dirigió una carta a Jesús, en la que también expresa su desolación, y que termina así: “Te suplico sólo una cosa; por favor, no te preocupes por volver pronto. Estoy dispuesta a esperarte toda la eternidad. Tu pequeña.”

La claridad y la oscuridad de la fe

Las cartas de la santa contienen también otros textos, llenos de entusiasmo, alegría y fuerza, que nos resultan más fáciles de imaginar y que nos reconforta leer. Pero el manantial de vida que se convierte en servicio a los más pobres brota de una vida espiritual que se apoya tanto en la claridad como en la oscuridad de la fe.

Su testimonio de amor al prójimo nace en una fe adulta, alejada de las devociones dulzonas y las frases hechas. Una fe que desafía tanto a quienes pretenden reducir el compromiso cristiano a un tema sociopolítico como a quienes huyen de todo compromiso y se refugian en una espiritualidad vacía.

 

[1]Ven, sé mi luz”, los escritos privados de la santa, editados y comentados por Brian Kolodiejchuk, Planeta, 2008.