Fernando Vidal
Director de la Cátedra Amoris Laetitia

La mirada cósmica del Webb


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El Telescopio Espacial James Webb, sucesor de los telescopios espaciales Hubble (lanzado en 1990) y Spitzer (en 2003), es fruto de la cooperación científica entre la NASA y las agencias espaciales europea y canadiense. Un total de veinte países han unido fuerzas para emprender este hito de la humanidad.



Fue lanzado el día de Navidad de 2021 desde la Guayana Francesa a bordo de un cohete europeo Arianne 5 y el 12 de enero llegó a su momento más espectacular: el despliegue de su gran ojo. Efectivamente, el elemento más llamativo del Webb es el gran espejo primario de 6,5 metros recubierto de oro que se ha desplegado el 12 de enero. Cinco veces más grande que el reflector del Huble, está compuesto por dieciocho hexágonos que se han extendido con éxito para formar un gran ojo dorado con el que mirar el cosmos a un millón y medio de kilómetros de la Tierra.

La misión del Webb —que durará entre cinco y diez años— es trascendental: encontrar la luz de las primeras estrellas, captar datos de la formación de las primeras galaxias e investigar los orígenes de la vida.

El avanzado equipamiento infrarrojo del Webb permite que sea capaz de penetrar en las oscuridades formadas por el gas y polvo interestelar. También es capaz de captar entidades mucho más débiles que antes pasaban desapercibidas y eso ayuda a que podamos llegar a las estrellas más antiguas del cosmos. Se calcula que se podrán estudiar cosas que sucedieron tan solo doscientos millones de años después del Big Bang que descubrió el jesuita Georges Lemaître en 1927.

El gran ojo dorado

Este gran ojo dorado en la inmensidad del universo no solamente nos admira, sino que tiene una enseñanza. La humanidad debe recuperar su capacidad de mirar. La contemplación es una de las acciones humanas esenciales. El ojo de Webb abierto a la silenciosa inmensidad nos interpela a hacer lo mismo no solo para mirar el firmamento, sino nuestro planeta, la humanidad en su conjunto, el horizonte de nuestros paisajes cotidianos, el entorno en que vivimos, dentro de nosotros y más allá incluso de lo que todavía no podemos ni imaginar.

Nos invita a mirar en ese silencio y soledad. El Webb es una máquina, pero ha sido humana la actitud de apertura, recepción, espera paciente de todos los acontecimientos que se presenten. También nos propone mirar juntos. En vez de estar autocentrados en nosotros —en conflictos identitarios y obsesionados por la diferenciación—, este telescopio nos llama a mirar juntos a lo otro, afuera, más allá de nuestros límites.

El Webb también es una muestra del saber por el saber, una alabanza del conocimiento, más allá de los utilitarismos banales que nos engañan y malogran. En un mundo obsesionado por los rankings y competiciones, la afirmación del saber por el saber nos muestra lo más noble de la condición humana.

Este telescopio ha sido resultado de la cooperación internacional y en un panorama internacional tan marcado por las divisiones y el autoritarismo, esta gran empresa cosmopolita nos llama a reforzar la fraternidad internacional. Solamente es de lamentar que no sean más países, y muy especialmente los del sur, los que puedan participar. Si desplazásemos el gasto de armas de dichos países a la salud y la ciencia, podríamos mirar juntos no solamente el cosmos, sino redescubrir nuestro planeta Tierra. El ojo dorado del telescopio espacial James Webb nos convoca a todos a la aventura de mirar como humanidad.

El ojo del Webb forma parte de la mirada cósmica. Es aquella que desde el inicio de la humanidad eleva la faz del hombre al cielo intrigado y extasiado. La mirada cósmica sabe que en el último horizonte hay una revelación para la razón de su propia existencia. La mirada cósmica sabe que la luz que busca de la primera estrella ilumina lo más íntimo de la humanidad. Uno de los pilares de la sabiduría es la capacidad de encontrar la presencia de aquella primera estrella en cada cosa de nuestro mundo. El Webb es la humanidad mirando unida hacia la fuente de la primera luz.