Jose Fernando Juan
Profesor del Colegio Amorós

¿La Iglesia se está rompiendo?


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Al terminar de leer el artículo en La Razón en el que Massimo Borghesi, catedrático de Filosofía y actual biógrafo del papa Francisco, insiste en que un cisma eclesial es un peligro real en estos momentos, pienso dos cosas. La primera: esto ha pasado ya; el riesgo es siempre real, y más aún en un contexto global explícito de enfrentamientos, guerras, poderes y divisiones sociales, económicas y culturales. Lo segundo: siempre cabe responder con mayores esperanzas de diálogo, comunión y fraternidad. Si algo es posible en una dirección, también lo es en otra. Siempre estamos ahí, intermediando.



Dicho muy rápidamente, el realismo que pone pros y contras equipotencialmente en la misma balanza, y hace análisis -solo- sensatos y prudentes, en ocasiones está diametralmente enfrentado con un espíritu cristiano de confianza y libertad religiosas, en el que la persona está llamada a ser dueña de sus decisiones y sus circunstancias, no meramente presa de los avatares y desarrollos de la historia. La historia, visto de otro modo, está en manos de las personas y no al revés. Aunque en no pocas ocasiones no lo parezca o no se dé la oportunidad siquiera de pensarlo. Renunciar a la primacía de la persona es, entre otras cosas, desmontar de un plumazo toda la Doctrina Social de la Iglesia y toda aportación significativa del evangelio a la humanidad y al mundo.

Tiempo de relaciones

Es sintomático, en este sentido, que el Sínodo sobre la sinodalidad, comenzado el 9 de octubre de 2021, tuviera tres palabras como referencia inicial, como horizontes de miras largas: comunión, participación y misión. A las que Francisco, en la homilía de la Eucaristía de apertura, añadía otras tres: encontrar, escuchar y discernir. No estamos, por tanto, en una situación de decisiones, sino fundamentalmente de relación cercana y clarificación comunitaria. Las preguntas continuas y esenciales serían, en palabras de esa misma homilía: “¿Encarnamos el estilo de Dios? ¿Estamos dispuestos a la aventura del camino?” Yo añadiría, si se me permite, no una mera revisión reflexiva de uno mismo, sino una alteridad imprescindible y sinodal: “¿Agradezco cómo mis hermanos encarnan el estilo de Dios y buscan ser fieles? ¿Me doy cuenta de sus esfuerzos y sacrificios por su disponibilidad a la aventura del camino?”

En menos de un año de camino, que es solo la fase diocesana a la que sucederán la continental (qué interesante) y universal, ¿qué es lo que se ha escuchado? ¿Seguimos presa, como el mundo, de los ruidos, de las distracciones, de las contradicciones que cada cual lleva consigo mismo y con los demás? ¿No seremos capaces de superar la egolatría en la que el otro está obligado a comprenderme, respetarme e, incluso, alabarme? O -y esta “o” disyuntiva quiere marcar una interrupción en lo que ya sabemos que hay para adentrarnos en algo más-. ¿el Espíritu actuará? ¿Dejaremos obrar al Espíritu?

Muy oportunamente la editorial Ciudad Nueva ha publicado el quinto volumen de ‘El Credo comentado por los padres de la Iglesia’, dedicado a la Iglesia una, santa, católica y apostólica. Para él se han seleccionado y ordenado, también traducido, textos de los primeros siglos. Bastaría leer unas cuantas páginas y meditarlas. El Concilio Vaticano II, entre lo infinitamente bueno que tuvo, situó en el corazón de una iglesia posiblemente más medieval que contemporánea una tensión original y fundante: mirar al nacimiento nos llevará a comprender mejor cómo vivir, qué hacer y hacia dónde caminar. Aquí seguimos, en la recepción del Concilio pasadas las primeras prisas.

Al hilo de este libro, dos preguntas: ¿Qué Iglesia es Una, porque parece que la peregrina aspira todavía a ello, incorporando gentes a la comunión? ¿Y qué significa que es Mediadora, al estilo de María, es decir, participando en la gracia del Señor como su Cabeza? Sea como sea, la Iglesia necesita pensar y dialogar. Una Iglesia impedida de la libertad de la razón para pensar abiertamente ante Dios y en comunidad, como en el amor a uno y otro, es una Iglesia inútil y anacrónica por repetitiva. En esto, me atrevería a decir que la teología no se ha desconectado de la sociedad, sino a la inversa. Si alguien, por cierto, supo hacer extraordinariamente esta ruptura por la vía teórica fue santo Tomás y, por vía práctica, Francisco. Pero ambos, y qué buena lección podríamos aprender, se hicieron más contemporáneos de sus contemporáneos que ningún otro probablemente en su tiempo. ¿No estamos en condiciones de atrevernos, una vez más, a esta aventura, incorporando de pleno derecho a la Iglesia personas que, en el mejor de los casos, siguen viviéndose extramuros o en un perpetuo nártex iniciático o reconciliador?