El tema de la juventud cobra relevancia con motivo del Jubileo que se celebra en Roma, en continuidad con una larga estela de fecundidad inspirada por la intuición de Juan Pablo II, la devoción de Benedicto XVI, el “lío” de Francisco y, ahora, en esta nueva etapa, con el papa León XIV.
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Ser joven es una etapa del crecimiento y de la madurez humana, un momento específico de la vida marcado por decisiones que, en muchos casos, acompañarán a lo largo de toda la existencia.
Como etapa, la juventud implica una dimensión temporal de la existencia: vivirla en plenitud durante el breve periodo en que se manifiesta. Los niños pueden querer parecer mayores; los mayores aparentar juventud. Sin embargo, ambos extremos están tipificados por la psicología como patologías: el primero como infantilismo, y el segundo, como el síndrome de Peter Pan.
Por eso, vivir la juventud dentro de su marco temporal como etapa de crecimiento permite tomar decisiones desde la experiencia, incluso equivocadas. Y es que, si existe un derecho profundamente humano, es el de poder equivocarse.
El sentido de la palabra joven
La palabra joven puede, sin embargo, decir mucho más, e incluso como eslabón para entretejer la existencia desde la esperanza, sobre todo en el contexto del Jubileo de la Esperanza.
La palabra joven viene del latín ‘iuvenis’ y de la misma raíz ‘iuvare’, que significa ayudar, favorecer, agradar. Esta raíz sugiere una comprensión de la juventud no solo como cuestión de edad, sino como una disposición antropológica: la de darse, ofrecerse, ser agraciado.
‘Iuvenis’ e ‘iuvare’, aunque tienen formaciones léxicas distintas, comparten una misma afinidad semántica: ambas remiten a fuerza, crecimiento, renovación, impulso vital y utilidad. Es decir, al acto de darse.
El Evangelio, por su parte, presenta la figura del joven rico, quien no quiso vivir la juventud desde esta lógica del ‘iuvare’: ayudar, favorecer, darse. En cambio, pretendía “comprar” la vida eterna (cf. Mt 19,16).
En este sentido, cualquier visión egoísta o parcial de la vida no puede asociarse a la juventud. Hacerlo sería una caricatura del ser joven. No es joven quien simplemente no se siente viejo, sino quien es capaz de darse, frente a personas que centradas en sí mismas, enfermas de ego, miopes ante la alteridad, cargan con el peso del yo, más pesado que el de los años.
¿Dónde radica la importancia de la juventud?
De allí, la interrogante, ¿dónde radica la importancia de la juventud? El papa Francisco ofrece la razón que inspira el título de esta nota. Es una forma de vincular su mensaje con aquel enérgico diagnóstico de Benedicto XVI: que la Iglesia es joven, porque Dios —el eterno— también lo es. No por tener muchos años, sino porque es el único y verdadero referente del ‘iuvare’, del darse.
“¡Dios es joven! Dios es el Eterno que no tiene tiempo, pero que es capaz de renovar, de rejuvenecerse continuamente y de rejuvenecerlo todo. Las características más peculiares de los jóvenes son también las suyas. Es joven porque ‘hace nuevas todas las cosas’ y le gustan las novedades; porque asombra y le gusta asombrarse; porque sabe soñar y desea nuestros sueños; porque es fuerte y entusiasta; porque construye relaciones y nos pide a nosotros que hagamos otro tanto, porque es social.”
Por Rixio G Portillo. Profesor e investigador de la Universidad de Monterrey
Imagen: Vatican Media
