Juan del Río, arzobispo Castrense de España
Arzobispo Castrense de España

La fortaleza de cada día


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La reacción popular de los españoles de convertir como “himno” de esta pandemia la exitosa canción de los ochenta del Dúo Dinámico, Resistiré, revela el coraje de la ciudadanía y el anhelo de seguir existiendo, “aunque los vientos de la vida soplen fuerte”. Ahora que cada vez se hace más cuesta arriba el confinamiento por el coronavirus, es necesario sacar fuerzas de las flaquezas para poder ganar esta guerra al enemigo invisible del COVID-19 y para los tiempos posteriores.



La fortaleza es la virtud humana que hace al hombre valeroso en todas las esferas de su ser, para enfrentarse a cualquier peligro o prueba en la vida. Se muestra en el saber resistir con firmeza ante un adversario que desea arrebatar un bien dado o conquistado. En este caso, es el virus maligno que amenaza la salud personal y colectiva de la humanidad. Dicha capacidad no se improvisa, exige cada día vencer los propios caprichos, egoísmos y comodidades. Hace falta muchas veces hacerse de “hierro para endurecer la piel”. Pero como diría san Juan Pablo II: “El hombre por naturaleza teme el peligro, las molestias, los sufrimientos. Por ello es necesario buscar hombres valientes no solamente en los campos de batalla, sino también en los pasillos de los hospitales o junto al lecho del dolor” (Roma 15-11-1978). Son muchos los hechos que avalan cómo la sociedad española está manifestando una gran ejemplaridad en este periodo de larga cuarentena.

La otra manera de “sed fuertes en la tribulación” (Rom 12,12) es atacar a tiempo al enemigo que daña la salud personal, el bienestar social y el futuro de la humanidad. Se trata de atajar el mal con los medios a nuestro alcance en el orden médico-sanitario, juntamente con la lucha solidaria de la ciudadanía en favor de la salud, la concordia y la paz. Para eso, se requiere: altura de miras en nuestros gobernantes, superar el crispado temor en la ciudadanía, huir de la soberbia en las decisiones y de la temeridad en las actuaciones. Esta batalla la ganamos todos o fracasamos como sociedad.

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Si grande es la fortaleza que está mostrando la población en plena epidemia, no menos vamos a tener que necesitarla en el proceso de desconfinamiento, cuando afloren situaciones críticas no previstas en el escenario y la amenaza de un empobrecimiento social se vaya haciendo desgraciadamente realidad. Sin embargo, no debemos desalentarnos, el ser humano tiene una gran capacidad de supervivencia y saldremos de esta. España posee una rica historia de superación de los más variados conflictos y calamidades, de los cuales ha salido fortalecida en su configuración social y en su aportación a la cultura de otros pueblos.

El cristiano encuentra su defensa y apoyo en Dios. La fortaleza humana es débil e inconsistente, necesita siempre de los auxilios divinos, pero mucho más en el tiempo de la prueba y la desolación. Podremos pelear sin Dios y alcanzar grandes cuotas de progreso, pero la victoria final es del Señor, que hizo el cielo y la tierra. Por eso mismo, Dios no es un recurso a la fantasía cuando no se encuentra explicación a la enfermedad y a la muerte, sino la realidad fundante que da sentido a todo y que se nos presenta como “nuestro refugio y baluarte donde nos ponemos a salvo (Sal 143). El mismo Jesucristo nos dice: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados que yo os aliviaré” (Mt 11,28). Por lo tanto, el creyente no debe confiar solo en sus fuerzas, sino implorar la ayuda de Dios, que “hace de lo imposible, lo posible”. Porque, como afirmó el sabio Orígenes: “Lo que falta a causa de la debilidad humana, si agotamos nuestras posibilidades, lo completará Dios, que hace recurrir todas las cosas para el bien de los que le aman” (Tratado sobre la oración).