Desde el siglo XVI, grandes pensadores acumularon frases y reflexiones en las que la razón se erigía como la cualidad más importante del ser humano. Descartes, por ejemplo, con su célebre frase “pienso, luego existo”, en el siglo XVII, colocó a la razón y al pensamiento como fundamentos de la persona, de las relaciones humanas y de la sociedad.
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Sin embargo, pareciera que hoy vivimos en el tiempo de la derrota de la razón. Ya ni siquiera vale la pena pensar, porque la existencia no depende de ello.
La pérdida de la razón en lo social tiene muchos síntomas: la imposición ideológica, las causas sin fundamento que se vuelven banderas colectivas e incluso la justificación de la violencia en su extremo más crudo: la guerra.
Más de uno da saltos y maromas para justificar lo irracional de la guerra, el odio, la violencia, la xenofobia, el racismo y tantas otras realidades que hoy nos rodean.
Si una la pierde, todos la pierden
También asistimos a la derrota de la razón en la persona: en gestos, acciones y comportamientos que se traducen en un colectivismo de fachada bajo la excusa del derecho individual a elegir, imponiendo lo ilógico a los demás.
Asimismo, la derrota de la razón en la familia se manifiesta cuando la autoridad de los padres queda en entredicho; cuando todo puede ser llamado familia, todo puede ser padre, todo puede ser hijo, como si ya no fuese necesario ser, un ser humano, para formar una familia y no una manada.
La derrota en la política, de igual modo, ofrece una larga lista de ejemplos. Al menos en Latinoamérica exhibimos con descaro tres dictaduras, justificadas por alianzas ideológicas que romantizan causas con millones de víctimas. Basta escuchar a esos líderes para reconocer la pérdida de lógica y razón.
La derrota de la razón en la educación se evidencia cuando parece que pensar tiene un alto precio; cuando se considera que materias como lógica, ética o filosofía son de relleno; o cuando se sostiene que las ciencias humanas y sociales no son ciencias, como si todo en la vida pudiera medirse y contarse.
La lista podría extenderse a todos los ámbitos: el comercio, los medios de comunicación e incluso las redes sociales, en donde la llamada post verdad se multiplica y cada vez gana más adeptos.
¿Y ahora qué?
De allí surge, sin ánimo de hacer un diagnóstico filosófico o académico —pues no me considero experto en ello—, las preguntas: ¿cuándo comenzó esta derrota de la razón?, ¿cuál fue la primera bala disparada?, ¿cuál fue la primera batalla perdida?
Me parece que la respuesta está en el momento en que se enfrentó a la fe, cuando se creyó que eran contrarias; cuando se asumió que nada podía resolverse desde la trascendencia y que todo debía ser respondido únicamente con la razón y el materialismo. Se olvidó entonces del peligro de perderlas a ambas.
Una fe sin razón se convierte en ideología y fanatismo; una razón sin trascendencia degenera en capricho, con millones de excusas para justificar el mal.
El reto seguirá siendo el mismo: pensar, repensar, pensarse y repensarnos desde una lógica distinta. No se trataría solo de recuperar la fe, sino también de rescatar la razón.
Por Rixio G. Portillo. Profesor e investigador en la Universidad de Monterrey
Foto: EFE
