La cumbre antiabusos no puede solucionarlo todo, pero esperemos que salga algo de ella…


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Francisco abrirá este jueves, 21 de febrero, la muy esperada cumbre de presidentes de conferencias episcopales de todo el mundo y otros mandatarios eclesiales del más alto nivel. Los dirigentes vaticanos, e incluso el Papa, han intentado reducir las expectativas del evento, avisando de que es solo el principio y que tres días en Roma no van a cambiar el mundo. En una reciente entrevista para Crux, el arzobispo maltés Charles Scicluna, insistió en que “este encuentro no va a ser un milagro en tres días, solucionando todos los problemas que tenemos pendientes”.

Y esa es la cuestión. Tal vez esta cumbre no pueda solucionarlo todo, pero desde el punto de vista de la percepción que la opinión pública tiene sobre Francisco y su Iglesia, más le vale que salga algo de ella. Unos momentos con las víctimas sería suficiente para dejar esto claro. “Como víctima de un sacerdote cuando era niño, me emociona estar aquí”, dijo a Crux Peter Isely, co-fundador del grupo Ending Clergy Abuse. Isely es parte de la delegación de víctimas y activistas que estarán presentes en Roma durante la cumbre.

Isely comentó que, aunque se alegra del veredicto sobre McCarrick, considera que el castigo es solo la mitad del camino a recorrer. “(Tales comportamientos) solo pasan y seguirán pasando porque cuentan con el encubrimiento”, dijo. “Hasta que no haya una depuración de responsabilidades, hasta que la gente vea a los obispos y cardenales cuyos encubrimientos se hayan demostrado, sufrir las consecuencias y el castigo, nunca se resolverá este asunto. Puede pasar cualquier cosa, pero esta es una oportunidad para dejar esto establecido”.

Los cardenales, durante el Sínodo

La mayoría de los reformadores y expertos han tratado la depuración de responsabilidades del encubrimiento como el final del proceso, discutiblemente, el aspecto más complicado y farragoso de la reforma y, por tanto, algo que se puede dejar a un lado mientras se intentan conseguir objetivos más asequibles, como engatusar a las conferencias episcopales más recalcitrantes para que adopten –de una vez–, medidas para la salvaguarda de los menores.

No obstante, lo que la experiencia nos enseña es que tales medidas son tan valiosas como la voluntad de cumplirlas, lo que nos lleva de nuevo por el camino –corto– de las responsabilidades para aquellos a los que dichas medidas se aplican (obispos y líderes eclesiales). Por supuesto, no es realista esperar una asamblea heterogénea de prelados –algunos de los cuales vienen de Iglesias con mucha experiencia en abusos y otros de lugares donde la negación todavía persiste– para diseñar y ponerse de acuerdo sobre el mecanismo de responsabilidad para ellos mismos, y en tres días.

Es importante reseñar que esto no es lo que Isely pedía. Él solo pedía que tal resultado sea establecido, es decir, espera una declaración clara de intenciones que la Iglesia católica debe adoptar e implementar: la misma responsabilidad para el encubrimiento que para el crimen en sí. Si de la cumbre que empieza el jueves sale este resultado, se jaleará como un éxito.