Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

Kirill, “a Dios lo que es de Dios”


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Cuando lo religioso y lo político se mezclan y entremezclan, ambas salen perdiendo. Por más que la Ilustración inició un proceso de separación entre los dos ámbitos, a veces con la violencia de un divorcio mal avenido, aún nos seguimos encontrando con este tipo de peligrosas combinaciones. Al hilo de la invasión de Ucrania nos hemos encontrado con llamativas declaraciones. Mientras Putin ha llegado a justificar la invasión desde la religión, Kirill, el patriarca de la Iglesia ortodoxa rusa, ha defendido ciegamente en sus declaraciones la iniciativa del presidente ruso. La mezcla explosiva de los intereses políticos y de la religión acaba interpretando este terrible conflicto como una cruzada contra lo que consideran la degradación de Occidente.



A todos los Kirill

Sin llegar a estos extremos de caricatura, quien más y quien menos tenemos ciertas dificultades para articular en nuestra existencia una de tantas paradojas creyentes. Se trata de vivir con armonía que la realidad creada tiene su propia autonomía, deseada y posibilitada por el Creador, y, a la vez, confesar en fe que Dios es el Señor de toda la historia. Esto, que en teoría no parece tan complejo de distinguir, en la práctica adquiere muchos rostros: recelos para iniciar terapias psicológicas de quienes lo ven contradictorio con afirmar que “Dios sana”, resistencias para otorgar funciones de responsabilidad en obras y comunidades cristianas a quienes no han recibido el sacramento del orden, la demonización constante de quienes tienen opiniones diversas, la ausencia de reflexiones serenas y ponderadas sobre temas políticos… ¿qué ejemplos se te ocurren a ti? 

Quizá las peculiares afirmaciones de Kirill nos pueden servir de excusa a cada uno de nosotros para poner nombre concreto a nuestras propias mezclas explosivas. Aquellas en las que metemos, en el mismo saco y sin criterio, realidades tan diversas como las historias de cada uno, sus prejuicios, la ideología, las antipatías, las propias heridas afectivas, las manías, las opciones políticas, los gustos o la religión. Ojalá, después de distinguir cada una de ellas, sepamos escuchar de labios de Jesús esa siempre válida invitación a “dar al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios” (Mc 12,17).