Joseph Cardijn: recordando al cardenal belga que marcó el destino de Francisco


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Los fans de la intriga vaticana sin duda dirán que el cardenal belga con influencia más directa sobre Francisco es Godfried Danneels, de Bruselas, miembro del llamado “Grupo St. Gallen”, el príncipe de la Iglesia escorado a la izquierda que intentó bloquear la elección de Benedicto XVI en 2005, y cuyos remanentes ayudaron, presuntamente, a impulsar a Francisco al papado.

Otros observadores más serios, probablemente insistirían que la respuesta correcta es realmente el cardenal belga Joseph Leo Cardijn, el famoso pionero del método aplicado a la doctrina social de la Iglesia “ver, juzgar, actuar”.

Cardijn nació en una familia de clase trabajadora. Sus padres al principio regentaban un bloque de apartamentos, pero luego su padre fue un comerciante de carbón de bajo nivel, mientras su madre trabajó en un café. Él recordaba ver a los trabajadores en fila entrando en las fábricas, con los niños de 7 u 8 años, para trabajar jornadas de 12 o 14 horas sin descanso, por un penique al día, con los hijos encerrados en habitaciones o atados para que no pudieran vagar por la fábrica.

El joven Cardijn decidió que quería ser sacerdote y entró al seminario menor en 1897. La primera vez que volvió a casa por vacaciones, sin embargo, le sorprendió ver que sus amigos le recibieron con gran frialdad, pues pensaban que se había alineado con el lado contrario.

La Iglesia necesita a los trabajadores, y viceversa

Cuando en 1903 su padre murió, Cardijn prometió dedicar su vida a servir a la clase trabajadora. En 1925, ya había fundado su movimiento “Jóvenes Trabajadores Cristianos” (Hoy Juventud Obrera Cristiana) que empezaba de manera fuerte, y que él aseguró con una audiencia con el papa Pío XI, quien le recibió con un gran abrazo.

“Aquí está, por fin, ¡alguien que viene a hablarme de las masas! El gran escándalo del siglo XIX fue la pérdida de los trabajadores para la Iglesia. La Iglesia necesita a los trabajadores y los trabajadores necesitan a la Iglesia” dijo el pontífice. “No solo bendecimos tu movimiento, lo hacemos nuestro” añadió Pío, para asegurarse de que todo el mundo se enterara.

Dos pilares fundamentales de la visión de Cardijn, que serían recogidos en América Latina tanto por el movimiento de las “comunidades de base”, como por la enseñanza del CELAM, parece que suenan muy bien con Francisco.

El primero es su famoso método “ver, juzgar, actuar” para discernir las prioridades pastorales, que significa que hay que mirar a la realidad social, buscar conclusiones en lo que el evangelio tiene que decir sobre ello, y poner esas conclusiones en práctica.

Es, efectivamente, un método inductivo, más que deductivo, que empieza, no con doctrina a priori, sino con observación clarividente sobre lo que está ocurriendo, aquí y ahora. Fue ratificada expresamente por Juan XXIII en 1961, en su encíclica ‘Mater et magistra’, un documento para el que el pontífice pidió a Cardijn colaboración primordial.

Para Francisco, que avisa constantemente de los peligros de la “rigidez” intelectual y el no estar en el día a día de la gente corriente, la llamada es obvia, que es indudablemente por qué “ver, juzgar, actuar” es la estructura básica del documento de Aparecida de 2007 de los obispos latinoamericanos, de la que el entonces cardenal Jorge Mario Bergoglio fue el principal redactor.

La importancia de los laicos

El segundo pilar del pensamiento de Cardijn es la primacía de la laicidad a la hora de la evangelización de las clases trabajadoras. Siendo un joven pastor, fue asignado a la Parroquia Real de Laken en Bruselas, situada cerca del palacio de los reyes. En aquel tiempo, la zona era también el hogar de 13.000 trabajadores de clase baja. Cardijn intentó acompañarles a la fábrica, pero no pudo pues se encontró con carteles de “solo trabajadores”.

De manera literal, se dio cuenta de que, si había que llevar el evangelio a la fábrica, tendrían que ser los propios trabajadores los que lo hicieran.

Ese instinto también coincide con la visión de Francisco, que ha llamado incesantemente a aumentar las atribuciones de los laicos en el catolicismo, especialmente las mujeres. (Merece la pena señalar, por cierto, que el grupo de trabajadores que Cardijn organizó primero eran jóvenes costureras, probablemente reflejo de su intuición de que ellas eran especialmente vulnerables en una economía dominada por hombres).

Francisco no cayó del cielo

A pesar de que Cardijn generó algunos retrocesos a lo largo de los años, con los críticos acusándole de ser un comunista encubierto y relativizando la fe a favor de un consenso social maleable, disfrutó de mucho apoyo por parte de los papas de su era.

En 1950, por ejemplo, el papa Pío XII le nombró “Mayordomo privado de Su Santidad”, permitiéndole el uso del título de “Monseñor”. En 1965, justo dos años antes de su muerte el 24 de julio de 1967, el papa Pablo VI le nombró cardenal.

De acuerdo, uno puede dibujar una línea entre el legado de Cardijn y el papado de Francisco –la historia es demasiado complicada para esto–, y no hay puntos intermedios en el camino entre el prelado belga y el papa del siglo XXI.

Aun así, la historia de Cardijn es un recordatorio de que ni siquiera Francisco cayó del cielo. Su papado puede ser visto como la confluencia de una serie de energías e impulsos que han construido el catolicismo durante más de un siglo, contestado y, a veces, ahogado, eso seguro, pero nunca atrofiado totalmente.