Recordando el tránsito hacia la vida nueva de Gonzalez Faus.
El amanecer de la Humanidad Nueva es también el alba de la vida diferente y nueva. O de la Novedad definitiva que estrena el amor permanente sin romperse.
Cada paso del hombre hacia la reconciliación es un eco del mensaje eterno que resuena en el corazón de la historia: “Todo el que pertenece a Cristo se ha convertido en una persona nueva. La vida antigua ha pasado; ¡una nueva vida ha comenzado! Y todo esto es un regalo de Dios, quien nos trajo de vuelta a sí mismo por medio de Cristo. Y Dios nos ha dado la tarea de reconciliar a la gente con él. Pues Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo mismo, no tomando más en cuenta el pecado de la gente. Y nos dio a nosotros este maravilloso mensaje de reconciliación. Así que somos embajadores de Cristo; Dios hace su llamada por medio de nosotros. Hablamos en nombre de Cristo cuando os rogamos: “¡Volved a Dios!”. 2 Cor. 5, 17-21
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Me viene este párrafo sobre la novedad de la vida , al recordar Gonzalez Faus, autor del que fue uno de mis libros primaria y fundamentalmente básicos en mi primeros años de Teología “La Humanidad Nueva”. La novedad de la vida, iluminada por la encarnación de Dios en la carne humana, nos abre las puertas a un horizonte donde la justicia y la misericordia se besan eternamente.
González Faus, en su obra “La Humanidad Nueva”, nos recuerda que la radicalidad del mensaje cristiano no reside en abstracciones celestiales, sino en la cercanía de un Dios que camina con nosotros, que llora con nosotros, que sufre y se alegra con nosotros. Creer en el Dios humanizado es descubrir que su encarnación no fue un episodio distante, sino una llamada incesante a transformar el mundo desde dentro. Si Dios se hizo hombre, es porque la humanidad redimida es la gran historia de amor que está llamada a escribirse cada día.
Humanidad Nueva que aspira a la novedad de la vida supone la también seguir alimentados por una misma esperanza: el grano de trigo que muere para dar fruto, la espiga que se alza luminosa sobre los campos de la historia. Humanidad Nueva es la carne redimida de Cristo en cada rostro marginado, es el susurro de Dios en las grietas de la injusticia, es la compasión hecha gesto, pan partido, vino compartido. Una vida nueva que es la aurora de la resurrección, el alba donde los pobres son bienaventurados y los exiliados encuentran un hogar.
La vida nueva no es un video dorado propagandístico y mentiroso –sobre todo por excluyente– que refleje la vida de unos pocos. Frente a la soberbia y la prepotencia de quienes, como Donald Trump, levantan muros y proclaman grandeza desde el egoísmo, la Humanidad Nueva es un grito de esperanza que derriba fronteras y abre caminos de justicia. La arrogancia que desprecia al débil y la política que excluye al extranjero son la antítesis del mensaje cristiano. La verdadera grandeza no está en acumular riquezas ni en exaltar el propio nombre, sino en servir, en acoger, en construir un mundo donde nadie sea descartado.
Creer en el Dios humanizado es desafiar las estructuras que oprimen, es atreverse a ver el rostro de Cristo en cada migrante rechazado, en cada madre que llora, en cada niño que sufre. No se trata solo de proclamar la encarnación, sino de vivirla, de abrazar la carne del otro, de tocar las heridas de la historia con manos dispuestas a sanar. La fe no puede ser una evasión ni un refugio estéril; ha de ser un riesgo, un camino de entrega donde amar significa dejarse romper por la compasión.
Ciudadanía universal
González Faus nos recuerda también que el capitalismo sin escrúpulos y sin caretas ha erigido una idolatría moderna en torno al dinero, convirtiéndolo en el nuevo becerro de oro. La economía de la exclusión es el gran obstáculo para la Humanidad Nueva, pues deshumaniza, descarta, margina. La denuncia del sistema que convierte a los hombres en mercancías es un imperativo evangélico. El cristianismo no puede ser cómplice del olvido, sino testigo de una alternativa donde la dignidad no se mide en monedas, sino en el amor y la justicia que cree en la ciudadanía universal.
La migración, herida abierta de nuestro tiempo, es otra de las grandes interpelaciones a la Humanidad Nueva. Cerrar las fronteras del corazón es negar la esencia del Evangelio. “Fui extranjero y me acogisteis” (Mt. 25, 35) es la sentencia inapelable ante la indiferencia. La crisis de la hospitalidad es la crisis de nuestra fe. Si Dios ha habitado entre nosotros, cada exiliado es un recordatorio vivo de su presencia.
La Humanidad Nueva no es un sueño etéreo, sino la posibilidad concreta de que el amor reescriba la historia. Es la sonrisa del niño que vuelve a casa, la mesa compartida con el extranjero, el dolor transformado en esperanza. Dios se hizo humano para enseñarnos el abismo de su ternura, para devolvernos la dignidad perdida. En la Humanidad Nueva, cada hombre y mujer es un poema inacabado que Dios escribe con la tinta de la misericordia. Allí donde hay justicia, allí donde hay perdón, o donde la compasión no es vergonzosa ni síntoma de debilidad la Vida florece como aurora que no conoce ocaso. Se hace nueva, como la vida que deseamos para Jose Ignacio Gonzalez Faus y para nosotros.