Teóloga y psicóloga

Honrar tus raíces


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Noviembre es un mes peculiar. Mes de difuntos en la tradición cristiana, retomando antiguas celebraciones de otras culturas, mes donde la muerte y el duelo están muy presentes de un modo u otro.



Seguramente hemos escuchado o leído cómo la tradición de Halloween no es tan americana como parece ni tan ajena al culto cristiano, aunque ciertamente, se haya deteriorado notablemente desde su origen. Por un lado, la palabra en sí deriva del inglés “all hallows even”, es decir, “víspera de todos los santos”. Por otro, hunde sus raíces en los ritos celtas de Samhain, cuando llegaban los meses oscuros del año y despedían la mitad más luminosa (desde la primavera hasta las cosechas tras el verano). Para ellos, esta transición natural del predominio de la luz a la noche era un tiempo propicio para que los vivos y los muertos estuvieran, de algún modo, más cerca, como si ese velo imaginario que nos separa a unos y a otros se hiciera más tenue y, por eso, eran días para honrar a quienes ya habían fallecido.

De un modo u otro, el sentir común a estas tradiciones y en momentos históricos tan diferentes, expresa el deseo o la convicción de que la muerte no elimina la relación con aquellos que hemos querido y nos quieren. La muerte es real, no es imaginaria, pero permite un modo nuevo de vinculación mutua.

Para algunos, creer esto es un consuelo ingenuo que intenta aminorar el dolor de las pérdidas que nos han partido la vida, porque hay que seguir viviendo sin ellos. Para otros, estas creencias expresan la intuición humana profunda y antropológica, más allá de diferencias culturales, de que ciertamente es así: podemos atravesar ese velo espacio temporal con quienes ya no viven con nosotros.

Cómo vivimos la muerte y cómo vivimos la vida

Este mes pude ser una oportunidad para profundizar cada uno de nosotros cómo vivimos la muerte y cómo vivimos la vida, puesto que ambas forman parte de nuestra misma realidad desde que nacemos. Pero también puede ser una ocasión propicia para pensar cómo honramos nuestras raíces, nuestros cimientos, los que nos han precedido de cualquier modo. Hablo de familiares, de ancestros, de tradiciones, de personas significativas que nos marcaron; hablo también de lugares que forman parte de nuestra identidad personal por lo que vivimos en ellos; hablo del clima y los olores que nos han configurado.

Quizá es mera casualidad. Los días previos al inicio de noviembre visité mi ciudad natal con personas con las que no tengo un vínculo especial; simplemente les acompañé a conocer lugares, tradiciones, gastronomía… De alguna manera, caí en cuenta, con más claridad, de la importancia que esto tiene en nuestro modo de ser y ver la vida, tanto si lo hemos incorporado como si lo hemos rechazado. También me di cuenta de lo importante que es compartir estas raíces con quienes queremos y forman parte de nuestra vida actual. Recorrer espacios de nuestra infancia con alguien a quien queremos es un modo de dejarle entrar en nuestra intimidad y es un modo de honrar nuestras raíces, nuestros cimientos, lo que nos sostiene seamos o no conscientes de ello.

Mujer Entre Arboles

Por otro lado, he tropezado con este texto de Bert Hellinger, fundador de la intervención sistémica y familiar, que no deja de confirmar cuánto necesitamos todos valorar de dónde venimos. Donde dice “padres” leamos raíces, antepasados, historia familiar:

“Lo fundamental para un desarrollo logrado es que los padres sean valorados y que se reconozca lo que significa ser padres y transmitir la vida. En este punto no importa cómo sean los padres. Quien se cree con el derecho de despreciar a sus padres, representará en su propia vida aquello que desprecia. En cambio, quien aprecia a sus padres tomándolos en su totalidad, con ello toma todo lo que los padres tengan de bueno y lo que estos lleven de debilidades o de fatalidad se queda fuera. Sí, cuanto más desprecia una persona a sus padres, tanto más los imitará. No se trata tanto de aceptar como de tomar. “Tomar” significa: lo tomo tal como es.  Este tomar es humilde, confirma a los padres tal como son y tomándolos también me confirmo a mí mismo tal como soy, más allá de toda valoración -ni bien ni mal-. Cuando alguien se jacta de sus padres tampoco los ha tomado. En la idealización se excluye lo esencial”.

Vivos o muertos, honremos nuestras raíces, lo que somos y queremos ser. Quizá esté más entrelazado de lo que pensamos. Quizá dice más de quién somos de lo que creemos.