Juan del Río, arzobispo Castrense de España
Arzobispo Castrense de España

¿Hogar, dulce hogar?


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“En un instante, en un abrir y cerrar de ojos” (1Cor 15,52) que diría san Pablo, se vaciaron las calles y se llenaron las casas. Había llegado de lleno a España la tan temida y cruel pandemia del coronavirus. En estos momentos, la población lleva varios días recluida en sus viviendas y lugares seguros por obligado cumplimento de las autoridades. Estamos en una situación de emergencia seria para la cual los hogares no estaban preparados. Pero en estas circunstancias, hay que sacar lo mejor de cada uno, para que nuestro hábitat no se convierta en un infierno desde donde no se puede salir.



Lo primero que se debe pensar, sentir y comunicar es que de esta saldremos con la responsabilidad solidaria de todos y la ayuda de Dios. De nada sirve estar todo el día quejándose ni vivir inconscientemente como si no pasara nada. El realismo es la condición indispensable para construir espacios armoniosos donde se pueda vivir en paz. No hay nada ideal, a ti te ha tocado un piso, una casa o residencia con los metros que tiene y el vecindario que más o menos conoces.

La familia perfecta tampoco existe, todos debemos colaborar para construir una convivencia sana en estos tiempos de confinamiento, no vaya a suceder que te libres del COVID-19 pero tu alma y psiquismo quede dañado para toda la vida. Para que esto no ocurra, te recomiendo que cultives el olvido de las traiciones y de los viejos rencores familiares y vecinales, que practiques el perdonar “hasta setenta veces siete” (Mt 18,21-35), que tengas una mirada limpia sobre las personas y las cosas, que con tu creatividad llenes de ilusión el ambiente. Si esto no lo hicieran contigo, no te vengas abajo, tú no te canses de hacer el bien, no devuelvas mal por mal, sino que venzas el mal haciendo el bien, sin mirar a quién (cf. Rom 8,21).

El realismo es sano y constructivo cuando brilla la virtud humana y divina de la paciencia que todo lo alcanza. Cuando la persona que es paciente no huye de la calamidad, sino que le hace frente con fortaleza y serenidad, sabe soportar la contrariedad sin maldecir ni caer en la tristeza depresiva, frena la lengua y reprime el tono orgulloso, rechaza los malos instintos y protege a los más vulnerables de su entorno como puedan ser niños, ancianos, mujeres maltratadas, discapacitados… En definitiva: el realismo paciente que siempre necesitamos es el Amor (1Cor 13,4-13). Solo el verdadero cariño hace que nuestras casas continúen siendo: “Hogar, dulce hogar”.