El pasado 27 de agosto, la vicepresidenta tercera y ministra para la Transición Ecológica y Reto Demográfico, Sara Aagesen, compareció en la Comisión de Transición Ecológica del Senado. En esa comparecencia, la senadora María Carmen Da Silva, del BNG –partido independentista gallego–, afeó a la ministra que dijera muchas veces “Orense” y no “Ourense”: “Orense no existe –dijo–, es Ourense”, que al parecer es la denominación oficial.
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Esta anécdota –que para la senadora nacionalista es una categoría– me llevó a preguntarme si hay una única forma de hablar. Y la primera reflexión que me surgió fue que la Biblia demuestra lo contrario. En primer lugar, Dios habla en palabras humanas (un rabino del siglo II, R. Yismael, decía precisamente que la Torá habla la lengua de los hombres). Eso significa que, en la Escritura, Dios habló en unas lenguas concretas y en unas circunstancias sociales, históricas o culturales… concretas. Y por esa misma razón la situación fue cambiando con el tiempo. Así, a partir del siglo III a. C., por ejemplo, la comunidad judía de Alejandría favoreció una traducción de la Escritura al griego –que era la lengua usada allí– para poder ser leída por los fieles. Incluso antes, a la vuelta del destierro en Babilonia, la Torá fue traducida al arameo para que fuera comprensible. Al menos esa es la interpretación que se suele dar al siguiente texto: “Los levitas Josué, Baní, Serebías, Jamín, Acub, Sabtay, Hodiyías, Maasías, Quelitá, Azarías, Yozabad, Janán y Pelaías explicaron la Ley al pueblo, que permanecía en pie. Leyeron el libro de la Ley de Dios con claridad y explicando su sentido, de modo que entendieran la lectura” (Neh 8,7-8). Esa “explicación” no sería otra cosa que una “traducción”.
Distintas formas
En la tradición cristiana, desde muy pronto, la Escritura –Antiguo Testamento y Nuevo– fue pasando a las diversas lenguas con las que se encontraba. Así, del hebreo y griego iniciales se pasó pronto al latín (antes incluso de la famosa Vulgata de san Jerónimo), y más tarde a otras lenguas, como el copto, el siríaco, el etiópico, el armenio, el georgiano, el eslavo, etc.
Los nacionalistas que pretender “santificar” la lengua propia no parecen darse cuenta de que están haciendo exactamente lo mismo que lo que critican cuando se quejan al oír hablar en otra lengua distinta. Así, Orense será Ourense en gallego y en la denominación oficial, pero, aunque a la senadora del BNG le moleste, en español seguirá siendo Orense, de la misma manera que Lleida es Lérida, y Yerushalayim, Jerusalén.

