¿Hay que poner la mano en el fuego?


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Ya llevamos mucho tiempo escuchando a ministros, por ejemplo, María Jesús Montero o Félix Bolaños, “poner la mano en el fuego” por determinadas personas: por José Luis Ábalos o Santos Cerdán. Un “poner en el fuego”, por cierto, que no ha salido nada bien.



Como se sabe, la expresión hace referencia a una de las pruebas que se practicaban en las denominadas ordalías, para que Dios (o los dioses) determinara la culpabilidad o inocencia de las personas acusadas. El proceso aparece ya ‒aunque con el agua como “juez”‒ en la época del gran rey Hammurabi (aproximadamente en el 1750 a. C.), en cuyo famoso código legal se puede leer: “Si un hombre le imputa a otro hombre actos de brujería, pero no puede probarlo, el que ha sido acusado de magia tendrá que acudir al divino Río [Éufrates] y echarse al divino Río, y si el divino Río se lo lleva, al acusador le será lícito quedarse con su patrimonio. Pero si el divino Río lo declara puro y sigue sano y salvo, quien le acusó de magia será ejecutado. El que se echó al divino Río se quedará con el patrimonio de su acusador” (art. 2). O también: “Si a la esposa de un hombre, a causa de otro varón, se la señala con el dedo, ella, aunque no haya sido descubierta acostada con el otro varón, tendrá que echarse al divino Río a petición de su marido” (art. 132).

El ministro de Presidencia, Félix Bolaños

Aguas amargas

También en la Biblia encontramos un texto en que se describe una ordalía: el de las “aguas amargas”. Aparece en Nm 5,11-31, aunque aquí omitiremos algunos pasajes: “El Señor habló a Moisés: ‘Di a los hijos de Israel: Cualquier hombre cuya mujer se haya descarriado y le haya engañado, acostándose con otro hombre, pero el marido no se entera, porque ha quedado oculta la mancha, y no hay testigos, porque no ha sido sorprendida; si el marido sufre un ataque de celos y recela de su mujer, la cual efectivamente se ha manchado; o si le atacan los celos y se siente celoso de su mujer, aunque ella no se haya manchado: ese hombre llevará a su mujer ante el sacerdote […] El sacerdote acercará a la mujer y la pondrá delante del Señor. Echará luego agua sagrada en una vasija de barro, tomará polvo del pavimento de la Morada y lo esparcirá en el agua. El sacerdote pondrá a la mujer delante del Señor, le descubrirá la cabeza y pondrá en sus manos la oblación de denuncia, la oblación de los celos. El sacerdote tendrá en sus manos el agua de amargura y maldición, y tomará juramento a la mujer […] Y la mujer responderá: ‘¡Amén, amén!’ Después el sacerdote escribirá en un documento esta maldición y la borrará con el agua amarga […] Cuando le haga beber el agua, si la mujer se ha manchado y de hecho ha engañado a su marido, al entrar en ella el agua amarga de maldición, se le hinchará el vientre, se le aflojarán los muslos y será mujer maldita entre los suyos. Pero si la mujer no se ha manchado, sino que está limpia, no sufrirá ningún daño y tendrá hijos’”.

Queda por saber por qué, en nuestros días, cuando se pone la mano en el fuego por alguien y la cosa no sale bien, no hay consecuencias…