Hacia una Iglesia en salida, en salida de sí misma


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El papa Francisco insiste: la Iglesia debe ser una Iglesia en salida. Muchos que lo escuchan se entusiasman y se proponen salir a predicar para que la Iglesia vuelva a ocupar el centro de la escena, vuelva a ser la que señala los caminos a las sociedades, la garante de la moral y las buenas costumbres…



¿Es eso lo que significa “una Iglesia en salida”? Desde el mismo papa nos llegan también otros mensajes: evangelizar no es hacer proselitismo; no es lo mismo predicar el evangelio que hacer publicidad; la evangelización no tiene destinatarios sino interlocutores…

Una Iglesia en salida no es una Iglesia que habla de sí misma, sino aquella que presenta el mensaje de Jesús, y no solo el mensaje, que ofrece al mismo Jesús para ser conocido, para que pueda ser encontrado, y los hombres y mujeres de nuestro tiempo puedan establecer con él un vínculo personal.

¿Pero acaso la Iglesia y Jesús no se identifican? ¿No aprendimos en el catecismo que la Iglesia es el Cuerpo Místico de Jesucristo y que Cristo es la cabeza y la Iglesia es su cuerpo? Ya no es suficiente hablar como hablan los catecismos y los teólogos. Esas respuestas son absolutamente válidas, pero son insuficientes para los oídos contemporáneos. Como afirma también el papa Francisco “a veces, escuchando un lenguaje completamente ortodoxo, lo que los fieles reciben, debido al lenguaje que ellos utilizan y comprenden, es algo que no responde al verdadero Evangelio de Jesucristo. Con la santa intención de comunicarles la verdad sobre Dios y sobre el ser humano, en algunas ocasiones les damos un falso dios o un ideal humano que no es verdaderamente cristiano”.[1]

Un mundo nuevo

Desde hace bastante tiempo, y más aún después de la pandemia, habitamos un mundo nuevo. Al cambiar el contexto social cambian el sentido de las palabras y los gestos. Aunque los cristianos actuales creen lo mismo que en siglos pasados, lo creen de manera diferente; aunque dicen las mismas palabras, las comprenden de manera diferente. No debería sorprendernos ni asustarnos, la historia de la Iglesia es testigo de cambios tan profundos como los que ocurren ante nuestros ojos y nos enseña que siempre continuó anunciándose el evangelio de Jesús.

La estructura social que se asentaba sobre instituciones, (iglesia, estado, sindicatos, empresas, familias, etc.), ahora se construye sobre los hilos invisibles de la comunicación humana que circula a través de las tecnologías digitales. El tejido social que hay que reconstruir debe reconstruirse sobre esos hilos invisibles, y allí lo que importa no es el poder de las instituciones sino la fuerza, la verdad y la belleza de las palabras; allí lo que importa es el Evangelio y la persona de Jesús, no el prestigio de la Iglesia. Ahora urge aprender nuevos lenguajes para que el mensaje del Evangelio ilumine ese nuevo mundo que está naciendo.

Cuando Francisco nos invita a una Iglesia en salida ¿no nos está invitando a una Iglesia en salida de sí misma, a una Iglesia que sale de sí misma hacia Jesús, hacia el Evangelio? Cuando logremos hacerlo, allí, en el Evangelio, nos reencontraremos con la Iglesia tal como la inició el Maestro de Nazaret. “No se pone vino nuevo en odres viejos, porque los odres revientan, el vino se derrama y los odres se pierden. ¡El vino nuevo se pone en odres nuevos, y así ambos se conservan! (Mt. 9,17). Seguramente entonces, cuando seamos capaces de morir a la Iglesia, resucitaremos con ella.

 

[1] Evangelii Gaudium, 41