Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

¿Hacer payasadas?


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No tengo ningún pudor en reconocer mi más profunda ignorancia en muchísimas cuestiones. Además, me encanta poder aprender, especialmente cuando personas que saben de ciertos temas me explican aquello que les resulta apasionante y, para mí, tan desconocido. Eso me permite, no solo saber, sino romper muchas de las ideas previas que inevitablemente nos montamos en nuestra cabeza. En esta clave, tengo una amiga entusiasmada con el Clown (un saludo, Inés) que me ha tirado por tierra cierto imaginario que relaciona ese mundo con “hacer payasadas”, permitiéndome intuir la profunda espiritualidad que se esconde en algo tan serio como utilizar la risa para integrar los problemas de la vida, propia y ajena.  



Sobre este tema he podido aprender que hacer Clown es un acto extremo de sinceridad y transparencia, pues supone exponerse en la más total fragilidad. Esto explica que requiera mucha aceptación personal y todo un proceso de integración de los propios límites, pues la nariz roja es la máscara más pequeña del mundo: tapa una nariz, pero revela a la totalidad de la persona. Yo escuchaba todo esto precisamente la semana que hemos empezado a quitarnos la mascarilla en lugares interiores, mientras algunos profesionales de la educación alertan de que, tras la resistencia de muchos adolescentes a despojarse de esta, late el temor a mostrarse tal y como son tras dos años de ocultarse de sus compañeros.  

Lo que se ha llamado “síndrome de la cara vacía” es un ejemplo muy gráfico de las resistencias interiores que todos albergamos a revelarnos. Desde esta perspectiva, no es casual que Jesucristo, que es la máxima manifestación de Dios y de la plenitud humana, tenga el rostro sin cubrir y repita, al menos en el evangelio de Juan, eso de “Yo soy” (cf. Jn 6,20.35.48.51), como un permanente acceso abierto a su verdad más verdadera. Quizá Jesús tenga mucho de Clown y, en esa sinceridad sin careta, transforma la realidad y su Presencia nos capacita para afrontar la existencia desde unos parámetros alternativos.  

Sí, revelarnos y mostrar quiénes somos en realidad, con nuestras miserias y fragilidades es un gesto valiente que supone enfrentarnos al riesgo de que quizá el otro no nos acoja tal y como somos. Con todo, vencer el miedo, arriesgarnos a quitarnos la mascarilla y ponernos esa nariz roja que nos delata en nuestra verdad, puede parecerse mucho a seguir a Jesús ¿no os parece?