Hacer las paces con la vida


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En los mismos días en los que la Iglesia se debate en medio de una crisis dolorosa y profunda, el Papa Francisco nos dice que la vida es bella y nos invita a mirarla con la mirada de Dios; que como nos relata el libro del Génesis: «Vio cuanto había hecho, y todo estaba muy bien» (Génesis 1, 31).

Poco después de su regreso de Irlanda, en sus palabras del día 5 de septiembre durante la Audiencia General, el Santo Padre reflexionó sobre el mandamiento del día del descanso y destacó la necesidad en nuestro tiempo de distinguir entre el descanso, como un tiempo reparador de las fuerzas y la evasión de la realidad, en ocasiones más agotadora que el más duro de los trabajos. En esa oportunidad señaló que “la sociedad actual está sedienta de diversiones y vacaciones. La industria de la distracción es muy floreciente y la publicidad diseña el mundo ideal como un gran parque de juegos donde todos se divierten.”

El Papa habla de “una existencia anestesiada por la diversión que no es descanso, sino alienación y escape de la realidad”, que conduce hacia una insatisfacción permanente. Cuando el objetivo es huir de la realidad, se está dando por supuesto que la realidad es algo perjudicial y dañino de lo que hay que alejarse, detrás de esa afirmación se esconde una visión poco cristiana del mundo y del valor de la vida de esfuerzo y de trabajo. Francisco advierte: “El concepto de vida hoy dominante no tiene el centro de gravedad en la actividad y en el compromiso sino en la evasión.”

¿Qué es entonces el descanso? ¿Cómo recuperar las fuerzas en un mundo agotador y en el que millones de personas viven estresadas y exhaustas? Para Francisco el descanso “es el momento de la contemplación, es el momento de la alabanza, no de la evasión. Es el tiempo para mirar la realidad y decir: ¡qué bonita es la vida!” Se dice fácil, pero ¿cómo lograrlo? ¿cómo decirle eso a las personas que viven agobiadas por condiciones de vida inhumanas y trabajos mal pagados? ¿cómo decirlo a quienes no tienen lo suficiente para alimentar a sus hijos?

Al descanso como fuga de la realidad, el Papa opone el descanso como bendición de la realidad. Y explica: “El domingo es el día para hacer las paces con la vida, diciendo: la vida es preciosa; no es fácil, a veces es dolorosa, pero es preciosa.” El descanso auténtico requiere alejarse de la maldición y de su seducción, huir de esa actitud de instalarse el corazón en la infelicidad subrayando los motivos del descontento. Por el contrario, la bendición y la alegría implican una apertura al bien que, señala Francisco “es un movimiento adulto del corazón. El bien es amoroso y no se impone nunca. Es elegido. La paz se elige, no se puede imponer y no se encuentra por casualidad.”

Más adelante agrega que las personas pueden alejarse “de las llagas amargas de su corazón”, que el hombre “necesita hacer las paces con eso de lo que huye. Es necesario reconciliarse con la propia historia, con los hechos que no se aceptan, con las partes difíciles de la propia existencia.” Nuevamente podemos preguntarnos cómo lograrlo y el Papa nos muestra un camino, hay que acercarse a los más pobres: “¡cuántas veces hemos encontrado cristianos enfermos que nos han consolado con una serenidad que no se encuentra en los que gozan de la vida y en los hedonistas! Y hemos visto personas humildes y pobres regocijarse por las pequeñas gracias con una felicidad que sabía a eternidad.” Especialmente en el contacto con algunos enfermos, incluso agonizantes, o en la experiencia de la propia enfermedad, se puede descubrir la fuerza que contiene esa expresión “hacer las paces con la vida”.

Ante este mundo agobiado Francisco recuerda el valor un tiempo dedicado a Dios y celebrado con los hermanos en torno a la eucaristía; y repite una y otra vez: “¿cuándo se hace bella la vida? Cuando se empieza a pensar bien de ella, cualquiera sea nuestra historia”. Dios mira la Creación y ve que “es buena” y, cuando somos capaces de mirar el mundo de esa forma, el Papa nos dice que “se desmorona el muro interior de la insatisfacción inaugurando el descanso auténtico.” De esa manera, al “hacer las paces con la vida” se descubre que la alegría del Evangelio es esa que nada ni nadie nos podrá quitar (Jn. 16,22).