El libro
En Italia ya se anuncia la llegada a las librerías de un libro con el impactante título de ‘Stupri sacri’ (‘Violaciones sagradas’) firmado por la abogada Laura Sgrò, que se ha hecho conocida en los medios por su defender a algunos de los acusados en ellos pleitos vaticanos o por ofrecerse a la familia de Emanuela Orlandi para reavivar la investigación de la desaparición de la adolescente hace 40 años.
- WHATSAPP: Sigue nuestro canal para recibir gratis la mejor información
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
La letrada que vincula siempre su labor los procesos vaticanos se presenta ahora como defensora del silenciado abuso –en sus múltiples modalidades– que han sufrido (y sufren) muchas religiosas. En declaraciones a EFE sobre el libro, estos días, denunciaba que “no hay estadísticas, no hay un censo sobre los abusos a las monjas ni sobre los abortos provocados, que también es un tema más delicado. Esto es algo que debe ser abordado finalmente”. En el libro recoge testimonio como una monja abusada sexualmente por un sacerdote y que fue obligada a abortar, algo que llevó a la religiosa a Sgrò para que defendiera su proceso.
En su obra se presenta el caso del jesuita (expulsado) esloveno Marko Rupnik y recoge alguno de los testimonios de sus víctimas como es el caso de la italiana Gloria Branciani que relata abusos en el propio taller del famoso autor de mosaicos o de Mirjan Kovac que denuncia abusos de poder y psicológicos a ella y a otras compañeras… a quienes Sgrò hace una llamada para que acudan a su despacho.
Las claves
Los de esta abogada no son los primeros testimonios que salen a la luz. “El abuso de poder y conciencia entre religiosas ya no es tabú” titulaba José Beltrán en ‘Vida Nueva’, en 2021 (n. 3249). Antes, el testimonio de la religiosa congoleña Rita Mboshu fue portada de esta revista en 2015 tras denunciar en un acto del Vaticano los abusos que sufren algunas monjas africanas por parte de eclesiásticos y el maltrato al que les someten sus propias superioras. “¿Se ha enterado del reciente suicidio de una monja congoleña cerca de Florencia? Tenía un amor enorme por la vida. No debe tomarse con banalidad su muerte, diciendo que se quitó la vida porque estaba deprimida. Hay que buscar las causas profundas que la empujaron a hacer este acto feo para la Iglesia y para la mujer”, relataba entonces a nuestro compañero Darío Menor esta consagrada de las Hijas de María Santísima Corredentora.
John Cucci ya denunciaba en un artículo publicado en ‘La Civiltà Cattolica’ (1 de agosto de 2020) que “todavía no se ha prestado suficiente atención a los abusos en el seno de las congregaciones femeninas” ya que “por lo general, no adoptan la forma de violencia sexual y no afectan a menores; sin embargo, no son menos importantes y tienen consecuencias significativas”, “se trata sobre todo de un abuso de poder y de conciencia”.
Y es que entre las religiosas el hecho de que no haya ministros ordenados ha configurado una peculiar “seducción del poder” –diferente de las congregaciones masculinas–. En una entrevista de 2020 a la revista ‘Donne Chiesa Mondo’, el cardenal João Braz de Aviz, entonces prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada confesaba: “Hemos tenido casos, no muchos afortunadamente, de superioras generales que, una vez elegidas, ya no renunciaron a sus cargos. Burlaron todas las normas. Una incluso quiso cambiar las constituciones para poder seguir siendo superiora general hasta su muerte. Y en las comunidades hay religiosas que tienden a obedecer ciegamente, sin decir lo que piensan. Muchas veces se tiene miedo, en el caso de las mujeres aún más, se tiene miedo de la superiora. En la verdadera obediencia, por el contrario, hay que decir lo que el Señor sugiere dentro, con valentía y verdad, para ofrecer al superior más luz para decidir”.
Y es curioso que en tiempo de autoridades frágiles en la que muchos no quieren ser superiores, entre las congregaciones femeninas han tendencias opuestas. Cuenta Cucci que “en una congregación (actualmente en suspensión de pagos), la misma hermana fue consejera general durante 12 años, luego superiora general durante 18 años, y consiguió que la eligieran de nuevo vicaria general, ‘pilotando’ el capítulo, para poder seguir gobernando de facto en los años siguientes”. Braz de Aviz en la misma entrevista “recuerda también casos de abusos sexuales sufridos por novicias por parte de formadoras; una situación más rara que en las Congregaciones masculinas, pero quizás, precisamente por eso, aún más grave y dolorosa. Y pide también valentía para arrojar luz y proteger a los más débiles como misión propia de la Iglesia”.
Los abusos
Estos tipos de abusos muestran una maldad difícil de igual porque en muchos casos se hacen en nombre de Dios y se justifican desde la ofrenda de la propia vida, la consagración, la castidad o –es muchos casos– como distorsión del voto de obediencia. Así, desde estos fenómenos, en 2024, José Manuel Martins Lopes tipificaba en ‘La Civiltà Cattolica’ estos tipos de abusos, ofrecía estas claves para identificar los distintos tipos:
- Abuso de poder: es “la capacidad de alguien para provocar, mediante la coacción y la violencia, debido a la posición que ocupa, un condicionamiento de la libertad de los demás, llevando a la persona sometida a ello a tomar decisiones contrarias a su propia voluntad” y, por ello, “está en la raíz de todos los abusos; por el contrario, el ejercicio adecuado del poder nos hace semejantes a Dios y promueve la dignidad de los demás”.
- Abuso de autoridad: que “comienza con su centralización vertical, que da justificación a la conciencia de quien la ejerce y no tiene en cuenta que la corresponsabilidad en el ejercicio de la autoridad libera de autonomía. Un superior o una superiora que toma una decisión sobre la vida de una persona consagrada a Dios sin escucharla y sin tener en cuenta su punto de vista está usurpando un lugar que no le corresponde”.
- Abuso de conciencia: “es un atentado contra la dignidad humana, y quienes lo sufren, aunque no sean vulnerables en el ámbito sexual, se enfrentan a graves consecuencias espirituales y psicológicas, porque a menudo entran en el terreno de la experiencia religiosa, que es mucho más sutil, pero también mucho más perversa”. Y es que “la conciencia es la sede de la libertad de juicio y el lugar del encuentro cara a cara con Dios; por consiguiente, el abuso de conciencia socava esta libertad y este encuentro, corrompiendo dos elementos fundamentales de la antropología cristiana: la libertad, que caracteriza al ser humano, y su vínculo con Dios, su fin último.
Este artículo conye señalando que “cuando, como comunidad eclesial o como estructura jerárquica, no somos capaces de cuidar a cada ser humano y velar por su integridad, reconociendo la belleza sagrada de sus búsquedas, debilidades, deseos y necesidades, realmente estamos fallando como Iglesia. Debemos evitar este fracaso con todas nuestras fuerzas”. Camino por hacer.