Fernando Vidal, sociólogo, bloguero A su imagen
Director de la Cátedra Amoris Laetitia

Gólgota, de David Mach


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El anterior estudio de la cruz sería la base para la que constituye una obra mayor de Mach, su Gólgota. La celebración del 400º aniversario de la Biblia del Rey Jacobo tenía como centro absoluto el Gólgota de David Mach. Tras haber sido mostrada en 2011 en Edimburgo, también fue instalada en 2016 en la Catedral de Chester para celebrar la Pascua. En el escenario de la catedral la belleza de la obra resalta todavía más, quizás por la dificultad de encajar su gran tamaño; no hay sitio para tamaño Gólgota en la catedral. No cabe. Y eso hace que no sea sólo una obra en la catedral sino una alteración.

El conjunto escultórico del Gólgota es concebido por Mach como tres grandes crucificados, memoria del Calvario evangélico. Los cuerpos superan los tres metros extendidos y los travesaños de las cruces no tienen menos de seis metros. Al contemplarlos aparecen como unos antiguos viejos gigantes, héroes o dioses pero no gloriosos, poderosos ni imponentes sino impotentes, depuestos, ejecutados. Si bien el Crucificado que realizó primero era un ejecutado rebelde que retorcía cuerpo y alma contra su tortura, en Gólgota los crucificados ya están muertos.

Además de la monumentalidad del tamaño, Mach vuelve a usar el recurso del reciclado de perchas. El reciclaje es una de las señas identitarias del arte que convive en estas décadas de ascenso de la conciencia medioambiental en el mundo. Desde que Gaudí incorporó las baldosas rotas en su deslumbrante arquitectura, el uso de restos, residuos, objetos en desuso, deshechos y basura no ha cesado de crecer en el mundo del arte.

En ocasiones como provocación frente a la opulencia de los nobles materiales y en otras como celebración de redención. La mayor parte es un modo de artesanía y el reciclaje en ocasiones también se convierte en un ejercicio de virtuosismo y sensacionalismo. Mach no es ajeno a esto último pero en este caso, sin duda el uso de materiales muertos –perchas desechadas– alcanza un especial significado. Al darle nueva vida y sublime belleza a las perchas, está adelantando una mirada a la resurrección de esos cuerpos que aún cuelgan de la cruz.

Asumimos en este estudio de Gólgota lo que previamente hemos comentado a propósito de las obra Crucifixión de Mach ya que el uso de perchas marca una expresividad común. La principal diferencia es el momento: la Crucifixión es la rabia y el clamor del cuerpo contra su injusta e inhumana muerte, mientras que en Gólgota “todo está cumplido” y los cuerpos están acabados y los hombres rendidos. Aunque acabados, no descansan sino que la violencia sigue emitiendo en su cuerpo a través de las decenas de antenas que salen de ellos. La segunda diferencia es la cruz. En su Crucifixión, Mach hace uso de una cruz tradicional: un poste cruzado por un travesaño en lo alto de donde tenderán a la víctima. En Gólgota, la forma de las cruces es uno de los efectos más potentes de la obra.

Una tercera diferencia es la caracterización física de los protagonistas. En Crucifixión la cruz era tradicional pero el hombre tenía un aspecto contemporáneo: afeitado y pelo corto y más próximo al modelo clásico griego que a la convencional estampa de Jesús. Sin embargo en Gólgota son las cruces las que no son convencionales y el aspecto de los crucificados sigue la reconocible figuración de aquellos judíos del primer siglo de nuestra Era.

La violencia que despedían los ganchos de perchas estirados hasta el paroxismo, tiene otra lectura en Gólgota a pesar de ser el mismo recurso. La actitud del hombre transforma el significado de todo lo que le rodea. Jesús, Dimas y el segundo ladrón sin nombre cuelgan con todo su cuerpo brotado de líneas metálicas que salen de ellos como cactus. Los tres crucificados son cactus solitarios del desierto en el día en que todo el planeta Tierra se convirtió en el pelado monte del Calvario.

“Bajo vigas nació y sobre vigas murió”

En Gólgota la colmena de varillas crea un aura de esplendor, una metálica luminiscencia que otorga suspensión y una dramática resonancia al hecho. Podríamos decir que Mach recrea magistralmente el fenómeno del aura que ya no es el típico nimbo coronando la cabeza sino una incandescencia que emite todo el cuerpo. Los ganchos vencidos de las perchas forman una capa de misterio en la que se puede entrar pero no sin riesgo y siempre con cuidado.

Además de reinterpretar la idea de aura, la disposición de las tres cruces es un hallazgo muy innovador. No están en lo alto sino que son tres vigas cruzadas que sobre tres de sus extremos forman una encrucijada donde fueron clavados los tres hombres. Mach usó vigas para componer en su collage Natividad (2011) la chabola donde nació Cristo. Ahora las usa de nuevo para escenificar que bajo vigas nació y sobre vigas murió. En el seno de la catedral, las tres cruces son tres sillares olvidados o tres estrellas caídas del firmamento, tres flores cortadas, huesos pelados en donde aún brilla el alma con metálica claridad.

Mach ha tomado la forma de las estrellas antitanques que los ejércitos plantan en tierra de nadie de cualquier guerra y parece que esos hombres fueran inmolados en esa batalla. Parecen árboles derribados con su “extraños frutos” colgando goyescos como expresión de lo más oscuro a lo que en el hombre se puede descender. Son cruces que no se elevan a lo alto sino que no se alejan de la tierra. Juntas forman el cuerpo derruido de un viejo astillero de donde botaron las barcas de los pescadores.

Da la sensación de que ruedan, quizás matorrales rodantes que el viento lleva por el desierto y que pese a perecer muertos son semilleros. Los cuerpos extendidos de los crucificados y los giros de los travesaños también acentúa la impresión de palas de molino en movimiento. Parece que los cuerpos están impulsando esas cruces para que no dejen de rodar por la larga carretera que es toda la historia.

Las vigas están huecas. Circula el vacío por dentro de los maderos. Son cañones boquiabiertos al cielo. Quizás los cuerpos de los crucificados, más allá de su propia muerte, están sujetando tales fieras por su cuello para que no disparen más.

Jesucristo es el único de los tres que reposa medio tumbado sobre las vigas. Su cabeza ladeada dice que es ya un cadáver. Sus brazos extendidos son los de un crucificado pero a la vez se abren en un gran abrazo en el que cupo toda la realidad. Mientras que su cuerpo está ya vencido, las varillas en él se espigan vivas; de la carne brota un césped metálico de hierba resistente que no puede marchitarse. Es un cuerpo del que milagrosamente ha brotado todo lo que las raíces de la naturaleza piden para que esa carne de ocaso nutra nueva vida.

A la vez, quien esté familiarizado con la narración evangélica se preguntará cómo van a poder las manos de sus amigos descender ese cuerpo. Abrazar el cuerpo de ese Cristo crucificado es atravesarse uno mismo y unirse a él.

Dimas, “el buen ladrón”, parece más joven que el segundo. Su rostro está afeitado y un flequillo se divide pacífico sobre su frente. Brazos y piernas están estirados como si estuviera en plena ascensión al Cielo que le ha prometido su compañero de crucifixión.

En cambio el segundo ladrón está en una postura que indica que está cayendo o salta al vacío. Su gesto muerto aún está iracundo, las cejas apretadas y el pelo forma un pico en lo alto de su frente. A diferencia de Dimas, sus manos están retorcidas en garra de rabia ante una muerte que ningún hombre debiera sufrir. El cuerpo de Dimas espera abierto y pacificado un abrazo mientras que el segundo ladrón es rapaz.

El sensacionalismo escultórico de Mach se pone en esta ocasión al servicio de un relato en el que busca nuevos alcances. Su expresionismo sabe conciliar su extravagancia para hacerla servir al estremecimiento y la reflexión. Quizás Gólgota sea la obra mayor de David Mach y no es fácil que la supere.