José Francisco Gómez Hinojosa, vicario general de la Arquidiócesis de Monterrey (México)
Vicario General de la Arquidiócesis de Monterrey (México)

Francisco: ocho años entre el suelo y el cielo


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Ayer cumplió ocho años Jorge Bergoglio de ser el papa Francisco. Para mí no hubo sorpresa en su elección. Era uno de los candidatos más nombrados por dos razones: ocupó el segundo lugar cuando se eligió a Benedicto XVI -parece que el argentino dio un paso de costado suplicando no ser él el elegido- y en la pasarela de cardenales previa a esta última elección, Bergoglio cautivó a sus colegas con la atinada intervención que les dirigió.



Tampoco sorprenden las feroces críticas de sus opositores: hereje, demasiado latinoamericano, se cree párroco del mundo, débil como teólogo, irrespetuoso de las formas, etc. Sobra decir que hay mucho fuego amigo en estos ataques, pues provienen de curiales y hasta de su círculo más íntimo.

Lo que sí me sorprende es la casi perfecta síntesis que ha hecho entre los énfasis de sus predecesores inmediatos, una estupenda amalgama entre el suelo de Wojtyla y el cielo de Ratzinger. En efecto.

Juan Pablo II y la tierra

Juan Pablo II siempre me pareció demasiado pegado a la tierra. Desde sus maniobras en Polonia para desmantelar el gobierno comunista, y sus componendas con Reagan para lograr lo mismo en occidente, hasta su incredulidad sobre las acusaciones que rodearon a Marcial Maciel, pasando por sus viajes espectaculares, propios de un “ReligionStar”. Su angelical sonrisa, paradójicamente, era muy terrenal.

Benedicto XVI, por su parte, nunca pudo descender de las alturas académicas en las que siempre vivió. La acuciosa reflexión era lo suyo, y el diálogo con los libros le resultaba más cómodo que hacerlo con las personas, sobre todo si eran teólogos de otra vertiente. Jamás hubiera podido purificar la podredumbre que encontró en la Curia Vaticana. Al renunciar regresó al cielo del que jamás pudo bajar.

Bergoglio, creo, me parece muy bien asentado en el suelo, pero sin dejar de dirigir la mirada hacia el cielo. Es muy humano, y a la vez te evoca lo sobrenatural. Sabe que el mundo libra una batalla, y le pide a su Iglesia que se convierta en hospital de campaña. Vive pobremente, sin fingimientos, y desalienta a quienes intentamos conversar con el demonio. Misericordioso y contemplativo a la vez. Dicen que de joven fue gruñón, pero hoy, ya anciano, es capaz de sonreír.

Tiene 84 años de edad, y dentro de poco se incrementarán las especulaciones sobre su posible renuncia. Ojalá nos dure mucho más tiempo en este suelo, para que nos siga impulsando hacia el cielo.

Pro-vocación. Calladitas, las mujeres comienzan a apropiarse de la teología católica. Cada vez son más no sólo las estudiantes de las facultades de teología en las universidades pontificias, sino también las profesoras. Pero en nuestros seminarios todavía no se permiten estudiantes femeninas que quieren abrazar los estudios teológicos.