La había leído ya hace algunos años, pero durante estos días de verano he vuelto a ella. Me refiero a ‘La sangre de los inocentes’, de Julia Navarro. Se trata de historias paralelas a través de 700 años, de personas y movimientos fanáticos e intransigentes, y de los inocentes masacrados. Las últimas noticias han hecho que la lea con otra mirada: Ucrania, Israel, Palestina, Nigeria, Congo, Pakistán… También, de otra manera, Torre Pacheco y Jumilla.
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Cuando una sociedad se desmorona, por el olvido y la inanición de tantos, hay que buscar chivos expiatorios –ya sean la religión, el territorio o la raza–, azuzados por los grupos extremistas. A río revuelto, ganancia de pescadores. La historia es tozuda y parece que algunos no hemos aprendido nada. Los fanáticos siempre se justifican en el convencimiento de su superioridad y, por tanto, el desprecio de los otros, sin profundizar en nosotros…
Migraciones y credos
Nosotros, que somos el fruto de tantas migraciones y tantos pueblos, como descubrimos en los asentamientos prehistóricos de Atapuerca, Altamira, Antequera, y la urdimbre formada por vetones y carpetovetones, vacceos, túrdulos, iberos, celtíberos, tartesios, fenicios, griegos, cartagineses, vascos, romanos, godos, visigodos, árabes y bereberes.
Nosotros, que hemos palpitado en creencias naturales tribales, politeístas, cristianas, judías, musulmanas… Que hemos batallado por nuestros credos, que –según quien nos gobernara- debíamos mantener nuestra fe en el ámbito de lo privado o ser martirizados o expulsados de nuestro pueblo, nuestra casa y nuestras tierras.
Ultras en Torre Pacheco
Nosotros, que –según los antropólogos– provenimos de África, que somos la mezcla de tanta humanidad, que nos hemos fraguado en enfrentamientos sangrientos, que incluso hemos invadido otras tierras en aras de la civilización o emigrado en búsqueda del pan.
Nosotros, que hemos formado una unidad política a base de batallas sangrientas, de conquistas de territorios, de leyendas intencionadas, de los intereses de los poderosos, de traiciones e intrigas palaciegas, de la fe de unos pocos, de los acuerdos necesarios y también de cesiones y consensos…
Conductas extremas
Aun así, parece que algunos no somos capaces de asimilar y no repetir la historia, alimentando el fanatismo con conductas extremas, desde el descarte social hasta la intimidación y la violencia, mostrando tanta hostilidad hacia los que, siendo nosotros, les hacemos diferentes. Cada vez se dan más estas posturas irracionales: en el deporte, la política, los nacionalismos, la religión… sin capacidad para edificar en el respeto.
Y al final, el juicio: “Venid, benditos de mi Padre, porque fui extranjero y me acogisteis”.
¡Ánimo y adelante!
