Esto que te cuento, que parece una secuencia de una película, es una historia real. Sucedió hace más de una década. Hablo de dos espigados jóvenes, vestidos de negro, ropas ajustadas, anillos en los dedos, aros en las orejas y nariz, tatuajes, pelos de colores imposibles y cadenas colgando de la cintura… (como si se hubieran vestido en una ferretería, con perdón). No entiendo mucho de esto, pero tenían una moderada estética punk.
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Era en el Museo de Orsay de París. Yo buscaba a ‘Pedro y Juan corriendo al sepulcro’, de Eugène Burnand, un óleo que siempre me ha fascinado por la manera de plasmar la angustia y la preocupación que se refleja en sus rostros. ¿Dónde se habrán llevado al Maestro?, parecen pensar, mientras no aflojan la marcha.
En la búsqueda, cuando me acerco a una de las estancias abiertas al pasillo central, me encuentro frente a estos dos muchachos, solos, en medio de la sala, contemplando un cuadro de grandes dimensiones, que yo aún no alcanzaba a ver. El más joven, medio paso más atrás del más alto, a su lado. Tuve que cerciorarme, pero el chico que observaba fijamente la escena del cuadro estaba llorando, dejando resbalar las lágrimas por sus mejillas. Quedé impresionado por su ensimismamiento, ajeno al bullicio del exterior. El óleo de gran formato que contemplaban era ‘Cristo bajando del pretorio’, de Gustave Doré, el famoso ilustrador de la Biblia, El Quijote y la Divina Comedia.
La majestuosidad de Cristo, descalzo, con la túnica de una sola pieza, rodeado de infinidad de personajes, bajando las escaleras hacia la cruz, que le espera en el primer plano… es fascinante, solo se le ve a él. Cristo atrae la mirada, hipnotiza, hay una seducción que te impide dejar de mirar. Quizás por eso se considera la obra maestra de Doré. Quizás por eso aquel joven dejó fluir el amor en su corazón.
Volver a Cristo
Ahora los medios, los europeos y los nuestros, se hacen eco de cómo cada vez más jóvenes dicen que, ante tanto vacío existencial, están volviendo la mirada a Cristo, entrando en los procesos catecumenales de la Iglesia católica y también de las Iglesias evangélicas. Año tras año, hay más bautismos de adultos. Y es extraño que vienen sin ser buscados.
Aquel día llovía en París. Por extraño, me hizo bien ver llorar a aquel joven, por lo extraño de sus pintas y por lo extraño del cuadro que observaba, todo desde mi pobre y raquítico juicio de las apariencias.
Vuelvo a mirar este gran cuadro y contemplo la inmensa dignidad de este extraño Cristo que va al patíbulo y pienso que en todo esto el extraño soy yo. ¡Ánimo y adelante!
