¿Estamos dispuestos a saludar?


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El pasado 10 de marzo, durante la recogida de medallas que acreditan la pertenencia a las Cortes de Castilla y León, algunos procuradores socialistas se negaron a saludar al nuevo presidente del Parlamento regional, miembro de Vox.



Como se sabe, tender la mano para estrechar la del otro era, en su origen, un modo de decirle a ese otro que las intenciones que se llevaban eran buenas, ya que se iba desarmado, con las manos vacías, libres de armas. Así pues, se puede considerar que el saludo es la puerta que abrimos para poder encontrarnos con el otro. Es como afirmar nuestra presencia ante el otro para decirle que estamos ahí, dispuestos a entablar una relación amistosa o colaborar con él de forma limpia y sin engaños. Obviamente, solo en el caso de que se quiera mantener esa relación con el otro.

“Ve con Dios”

No es infrecuente que en el saludo intervengan elementos religiosos. Así, el tradicional “adiós”, por ejemplo –que hoy parece perder terreno frente al más anodino y habitualmente falso “hasta luego”–, no es sino una encomienda a Dios: “Queda con Dios” o “Ve con Dios”. Dice Massimo Giuliani que “el saludo judío es una ‘beraká’, es decir, una bendición. El mandato de decir esta ‘beraká’ cada despertar matutino es teológicamente el saludo por antonomasia. Todo saludo es una ‘beraká’ en cuanto que inaugura de nuevo el aspecto de estar vivos y activos en el mundo. Todo saludo es una bendición para quien está a punto de entrar de nuevo en nuestro mundo […] Quien recibe este saludo es como si recibiera de su prójimo una ‘beraká’: una bendición para mantenerse ‘sano y salvo’, sin enfermedades ni dificultades económicas, tanto él como su familia” (Paolo De Benedetti / Massimo Giuliani, ‘Llevar el saludo. Los significados del shalom’. Madrid, PPC, 2014, p. 13 y 22).

Así pues, saludar va mucho más allá de la mera cortesía o de una urbanidad elemental (que no debería pasar de moda ni dejar de ejercitarse, por más que el otro nos resulte más o menos antipático). Es el inicio de una relación personal que, si hacemos caso a Martin Buber, es justamente la que nos constituirá a nosotros como verdaderos sujetos.