Cada 50 años, salía el sacerdote tocando el yôbel, una especie de trompeta hecha con un cuerno de cabra, y anunciaba un año de gracia, de alegría y de perdón a su pueblo. Para saber más, la Biblia lo narra en el capítulo 25 del Levítico.
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En la Iglesia católica lo comenzamos a celebrar el año 1300, pues muchos cristianos iban a Roma durante los centenarios del nacimiento de Cristo. Fue el papa Bonifacio VIII quien instituyó el Jubileo cada cien años, concediendo el perdón de los pecados a aquellos que se acercaran a Roma. En el año 1342, fue el papa Clemente VI, redujo el período a 50 años, y san Juan Pablo II lo dejó en 25 años, para que todo el mundo, al menos una vez en la vida, pudiera participar de un Jubileo.
El Jubileo comienza con la apertura de la Puerta Santa. La primera la abrió el papa Martín V en San Juan de Letrán, en el año 1425. La puerta abierta significa que se inicia un tiempo nuevo de acogida y de regreso a Dios Padre, a través de su Hijo. Cristo es la Puerta, es un tiempo de conversión, es un tiempo para volver a casa. ¡Qué alegría cuando me dijeron: vamos a la casa del Señor!
Durante todo el año, aquellas comunidades que no puedan asistir a Roma podéis peregrinar a la iglesia que en vuestra diócesis se ha marcado como templo jubilar. Eso sí, ¡hacedlo en comunidad!
El perdón de los pecados
Podremos obtener el don de la indulgencia, el perdón de los pecados. A los niños se les explica que, cuando pecamos, es como si claváramos un clavo en nuestro corazón. El sacramento del perdón nos quita el clavo, pero queda la marca. La indulgencia borra también el agujero. Para recibir la gracia de la indulgencia, debemos cruzar la Puerta Santa en Roma o visitar la iglesia jubilar de nuestra diócesis, unirnos de corazón a toda la Iglesia recitando el Credo, la profesión de fe, acercarnos al sacramento de la reconciliación y compartir nuestros bienes y nuestra vida con los más necesitados. Son gestos de fe, esperanza y caridad, que nacen del Corazón de Cristo.
Este año 2025 es un año de gracia, por tanto, de júbilo, pues –como reza el lema de esta convocatoria– somos Peregrinos de esperanza. Esto significa que el mal no vence, que debemos testimoniar la alegría del Evangelio, que debemos construir comunidad, que debemos ser miembros activos de la Iglesia. Peregrinar unidos es ya un signo de esperanza para la Iglesia y para el mundo.
¡Ánimo y adelante!