Vivimos en una sociedad donde el ruido y la saturación informativa, impiden escucharnos unos a otros con claridad y sinceridad. En caso de hacerlo, imponemos criterios, ideas o formas de pensar, son tiempos en los que estamos olvidando escuchar de verdad.
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Frecuentemente me encuentro con la siguiente frase: ‘Escuchar y no juzgar’, pareciera que actualmente, como una necesidad urgente, las personas buscan ser escuchadas y por supuesto no está mal; al contrario, me parece algo muy válido, pero veo algunos riesgos en escuchar sin querer analizar. La acción de escuchar a alguien es de lo más valioso, entender las circunstancias de la persona y darle ese tiempo para validar lo que está viviendo.
Aquí es donde reflexiono acerca de tan solo escuchar y no ofrecer algo más, que no estoy hablando de un punto de vista o de una opinión personal acerca de lo que se escucha. Hablo de esa escucha activa en donde ayudar puede ser urgente y necesario, es el momento en el que los valores, decisiones y hasta acompañamiento pueden hacer la diferencia. No es contraponer opiniones y efectivamente, tampoco es ‘juzgar’. Se trata de compartir y buscar el bien en la persona, así como en sus circunstancias.
Que la persona se sienta verdaderamente escuchada
“Por esto, mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, lento para enojarse…”. Santiago 1, 19.
Escuchar es una acción espiritual que sin duda nos acerca a nuestros hermanos y nos permite dar algo muy valioso a quien con sus palabras abre su corazón. La rapidez con la que vivimos nos ha alejado de estas pequeñas acciones, todo es digital, rápido e inmediato, de manera que leer unas cuantas líneas no es comprender a profundidad, tampoco intercambiar unos momentos con alguien de manera personal.
La escucha sincera debe tener algunos aspectos para llevarse a cabo y quiero compartirlos, solo son sugerencias que pueden ayudar a que la persona se sienta verdaderamente escuchada. Lo primero es que ambas partes deben disponer de un tiempo para la conversación, el lugar debe ser de preferencia un ambiente tranquilo y de ser posible un espacio donde no existan muchos distractores como música a nivel alto, el exceso de personas impide que la conversación se lleve en calma, sugiero que sea un lugar poco concurrido.
Apoyo real y empatía
Durante el encuentro de escucha, obsérvense a los ojos, es muy importante esta simple acción, al hacerlo podrás descubrir mucho más de lo que las palabras expresan. Algo también muy importante, ignorar el teléfono celular ya que la persona merece nuestra atención total. Una vez que hayas escuchado, haz un silencio, reflexiona acerca de lo que te acaban de compartir y permite que el Espíritu de Dios te guíe en ese momento.
Escuchar es la primera mitad y la más difícil, la otra es acompañar con criterio y por supuesto, hacerlo desde una perspectiva fraterna que permita rectificar o reparar alguna acción cometida de quien expresó con palabras sus pensamientos y emociones. Escuchar es mucho más que ‘oir’ los lamentos de alguien, es apoyo real y empatía. Hagámoslo a la manera de Jesucristo.
“Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen”. San Juan 10, 27.
