Mi amigo Javier muchas veces me deslumbra cuando dialogamos sobre diversos temas de la vida diaria. Su experiencia me supera y, mientras le escucho, aprendo mucho de él, sobre todo del conocimiento profundo de las personas, que traspasa lo anecdótico o superficial.
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La palabra griega ‘theka’ significa el lugar donde se guarda algo. Conocemos y usamos muchas palabras en español: fonoteca, filmoteca, discoteca, biblioteca… o quiroteca (ya en desuso, perdón, pues era el nombre de los guantes de los obispos con los distintos colores litúrgicos, cuando sus vestimentas eran más complejas). Podemos pensar en la persona como un espacio interior que hay que llenar de experiencias, razones, sentimientos, relaciones, entregas y, de vez en cuando, revisarnos para echar fuera lo que no nos construye, nos daña o es innecesario.
“Egoteka”
Comentando un día con Javier reacciones diversas, me dijo que él tenía ya la “egoteka” llena. Me pareció razonablemente espiritual y me hizo pensar en tantas personas en las que el personaje hace tiempo que se ha comido a la persona. Y mantienen una doble vida: la ampulosa del escaparate y la raquítica que ocultan para no perder el papel interpretado en los escenarios de su vida. A veces, la estantería pública se desmorona, por un ego demasiado hinchado, y todos nos llevamos una gran sorpresa. Pero esto, que ocurre a algunas personas, es una tentación perenne, sobre todo para los que ocupamos, de alguna manera, espacios públicos.
Si no hay una confrontación con el Evangelio, con Aquel que pasó como uno de tantos, nos inflaremos como el sapo del cuento, hasta explotar. Nunca nos cansaremos de buscar reconocimientos para satisfacer nuestros afectos desordenados, insaciables, buscaremos tratos especiales, porque no hacemos nada sin recompensa, nos recreamos en que nos admiren y alargamos las filacterias, como aquellos que criticó tan duramente Jesús (no lo olvido, nuestro Señor).
Todos nos tenemos que cuidar –también nosotros, personas en continua exposición– porque, si no, podemos caer en preservar la imagen, manteniendo la máscara y el disfraz, y no la verdad del corazón y de la vida. Siempre insatisfechos, buscaremos la notabilidad; envidiosos de los logros de otros, nos iremos frustrando poco a poco hasta quedar vacíos, sin la Gracia, columna vertebral de nuestra existencia y no esos escaparates que montamos para vendernos.
Es curioso: cuando salen en la prensa imágenes de falsos obispos o de políticos descalabrados, de inmediato pienso en el personaje y en la “egoteka” de mi amigo. ¡Ánimo y adelante!