¿Es la plaga del coronavirus un castigo de Dios?


Compartir

A decir verdad, no he visto que hayan sido muchos los que han considerado la pandemia del coronavirus como un castigo de Dios (aunque, como decía el torero, “hay gente para to”). La razón hay que buscarla, en mi opinión, en la “secularización” del mundo, que ya ha dejado de ser “creación” para convertirse en “naturaleza”. Por tanto, las cosas que ocurren en él –sean buenas o malas– ya no tienen que ver con Dios.



Un mal “instrumental”

En la Biblia, con una mentalidad muy distinta, tanto lo bueno como lo malo encuentra en Dios su última referencia. Lo bueno se interpreta, claro está, como don de Dios. Pero también lo malo, aunque eso implique un cierto grado de escándalo que exija explicación. Un primer argumento es que, si hubiera algo en la realidad que escapara al control de Dios, entonces ese Dios no sería soberano absoluto. Por eso, por ejemplo, hasta la dureza del corazón del faraón, que impide que los hebreos salgan de Egipto, es cosa de Dios (Ex 7,3).

A partir de ahí, las diferentes desgracias que azotan el mundo o al ser humano –plagas, enfermedades, ataques de animales, etc.– se pueden entender con una finalidad determinada; serían, por tanto, un mal “instrumental”. Así, Dios puede utilizarlas como castigo por determinadas acciones o comportamientos (como ocurrió con David, cf. 2 Sam 24,13); o como signos del poder divino, para que el ser humano cambie de conducta o de actitud (como sucedió con el faraón, cf. el texto ya citado de Ex 7,3); o como ocasión para purificar al ser humano, como en Eclo 2,5, donde las desgracias que aquejan al ser humano se comparan con el crisol y con el oro en el fuego (sería a lo que apunta el refrán: “No hay mal que por bien no venga”); o como instrumento pedagógico, como podemos ver en el texto de Eclo 30,1.11-12, donde se ejemplifica lo que dice el refrán castellano: “La letra, con sangre entra”. Y si la medicina hubiera estado más desarrollada, sin duda los sabios de Israel habrían apelado naturalmente al dolor que causan los procedimientos médicos para poder curar.

Aunque hoy ya no podamos comprender las pandemias como acciones de Dios, no por eso debemos dejar de contemplar a Dios a nuestro lado cuando estas ocurren.