Decía Fernando Díaz Plaja, allá por los años setenta del siglo pasado, en su libro ‘El español y los siete pecados capitales’, que la envidia era el principal pecado capital de los españoles. Para corroborarlo, no haría falta más que ver cómo tratamos a algunos empresarios o deportistas de éxito. Pero hay que reconocer que los tentáculos de la envidia llegan muy lejos.
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El caso de Moisés
En la tradición judía, por ejemplo, la sufrirá el mismo Moisés. Es lo que se pone de manifiesto en ‘Pirqé de Rabí Eliezer’ (PRE) –‘Dichos o proverbios de Rabí Eliezer’–, una obra redactada en torno al siglo IX d. C., aunque con raíces mucho más antiguas. Allí leemos:
“Los ángeles servidores le decían: ‘Moisés, la Torá no ha sido dada sino por nosotros’. Moisés se volvía y les contestaba: ‘En la Torá está escrito: Honra a tu padre y a tu madre (Ex 20,12). ¿Es que tenéis vosotros padre y madre? Y además está escrito en la Torá: Esta es la Torá para cuando un hombre muera en una tienda (Nm 19,14). ¿Cómo así, si entre vosotros no se da la muerte? ¡Ha sido dada solo para nosotros!’ Y enmudecieron y no respondieron más. De aquí se dice: ‘Con su sabiduría Moisés subió a las alturas y batió el bastión en que confiaban los ángeles servidores’, según está dicho: ‘Ciudad de guerreros escala el sabio y abate el bastión en que ella confiaba’ (Prov 21,22). Cuando los ángeles servidores vieron que el Santo –bendito sea– donaba la Torá a Moisés, también ellos se levantaron para entregar regalos a Moisés: libros y recetas de medicinas para los hijos del hombre, como está dicho: ‘Subiste a lo alto, cautivaste cautivos’ (Sal 68,19)” (PRE 46,3).
Sin embargo, un poco más adelante estos ángeles servidores (en la liturgia celestial) tratarán de matar a Moisés, ya que este es la única criatura que, según el texto bíblico, tiene el privilegio de ver a Dios cara a cara (“Boca a boca habló con él, en visión directa y no por enigmas, y la figura de Yahvé contempla” [Nm 12,8]):
“Los ángeles servidores decían ante el Santo –bendito sea–: ‘Día y noche estamos nosotros sirviéndote en tu presencia sin que podamos contemplar tu gloria, y este, nacido de mujer, ¿quiere contemplar tu gloria?’ Y se levantaron contra él, con ira e indignación, para matarlo, de forma que su alma se puso a la muerte. ¿Qué hizo el Santo –bendito sea–? Se reveló a él en la nube, como está dicho: ‘Yahvé descendió a él en una nube’ (Ex 34,5) […] y el Santo –bendito sea– lo cubrió con su palma de la mano para que no muriera, como así está dicho: ‘Y sucederá que al pasar mi gloria te pondré en la hendidura de la roca y te cubriré con mi palma’ (Ex 33,22)’” (PRE 46,5).


