Hay ocasiones en los que la realidad supera con creces la ficción. Desde ‘La casa de papel’ hasta ‘Ocean’s Eleven’ pasando por ‘Lupin’, una servidora ya ha visto el suficiente número de series y películas como para pensar que cierto tipo de atracos solo suceden en la ficción. Que se pudiera asaltar el Louvre de París a plena luz del día y a la vista de todo el mundo resulta, cuanto menos, desconcertante. En menos de siete minutos se llevaron piezas de valor incalculable, accediendo con la escalera mecanizada de un camión de mudanzas. Con todo, lo que más me llama la atención es el modo en que se produjo el atraco: sin esconderse y a la vista de cualquiera que pasaba por ahí. Paradójicamente, ese descaro fue el mejor de los disfraces, porque fue capaz de ocultar aquello que era visible.
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Esta paradoja entre lo público y lo escondido es, sin duda, lo que más me ha hecho pensar en estos días. Si la maniobra no levantó sospechas fue porque cualquiera daría por supuesto que un robo tiene que hacerse a escondidas, mientras que una mudanza forma parte de las tareas cotidianas y no sorprende a nadie. Los ladrones supieron aprovechar algo propio de la condición humana, que es nuestra incapacidad de ver lo evidente solo por el hecho de que desmiente la interpretación más sencilla, esa que nos brota de manera natural y que tiende a suponer que todas las piezas encajan con facilidad.
Mantenernos despiertos
Sin duda hay mucho de deformación profesional, pero esta situación me ha recordado a la invitación que hace Jesús en el evangelio a mantenernos despiertos (cf. Lc 12,35-37). Vivir con los ojos abiertos, sin dejarnos adormilar por los supuestos ni por nuestras costumbres, sino atentos a reconocer en lo cotidiano el paso y la presencia de todo eso que da sentido a la vida y que, en creyente, tiene que ver con Dios y con su Reino. Solo así podremos abrirnos a la sorpresa y ser capaces de acoger con asombro el desconcierto de un Señor que se ciñe y sirve a sus siervos (cf. Lc 12,37).
Museo del Louvre
No es necesario saber estadística para imaginar que nunca vamos a ser testigos del atraco a un museo, como lo fueron sin saberlo los turistas que paseaban por la zona, pero ojalá esta noticia nos anime a familiarizarnos con esas preguntas incómodas que cuestionan nuestras propias interpretaciones de lo que acontece. ¿Y si lo que siempre he pensado, lo que dice la mayoría o lo que afirman las personas que me rodean no es toda la verdad? Vaya a ser que parezca una mudanza… y estemos ante el robo del Louvre.
