Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

Entre fogones


Compartir

En los últimos meses he tenido que generar nuevas rutinas que se adapten a mis circunstancias. Entre estos cambios se incluye dedicar bastante más tiempo a preparar la comida. Quienes han vivido conmigo saben que, aunque no lo hago mal, no me gusta cocinar. Mi grado de exigencia culinaria baja muchos puntos con tal de tener el plato servido en la mesa que otra persona haya elaborado. Esta desafección por guisar es, en parte, heredada de mi madre. Ella, por más que se haya pasado la vida alimentando muchas bocas y haciéndolo muy bien, siempre lo ha hecho más por necesidad que por gusto. Si a esto se le añade que siempre tengo mil proyectos por llevar adelante para los que necesitaría días de 48 horas, es fácil imaginar que lo de invertir tiempo delante de una olla no me resulta excesivamente atrayente.  



Aun así, entre las nuevas costumbres que estoy adquiriendo una de ellas es renunciar a poder arañar siquiera un minuto los domingos por la mañana para otra tarea que no sea cocinar. No es que me haya convertido al maravilloso mundo gastronómico, pero es verdad que encuentro bastantes semejanzas entre lo que se prepara entre cacerolas y lo que se cuece en nuestras existencias. Estoy haciendo experiencia, por ejemplo, de cómo hay procesos que no podemos acelerar, aunque queramos. Así, por más que quisiéramos poner la olla exprés a funcionar, el caldo no coge el espesor deseable si no dejamos que vaya hirviendo a fuego lento, poco a poco y sin prisa. Nos sucede igual con nosotros y con los demás, pues necesitamos respetar y cuidar los ritmos propios de cada proceso.   

Recetas

También me doy cuenta de que, por más que google me ofrezca mil recetas para el mismo plato, estas solo son orientativas y no sirven de nada si no las haces tuyas y te atreves con tus propios ingredientes, apostando por los sabores que más te gustan. Y es que, ni las recetas sirven para todos como una regla inmutable, ni el riesgo de fallar con el experimento es tan grave como para no intentarlo. Con la vida nos pasa igual: podemos aprender de lo que otros han hecho antes, pero no hay una fórmula fija que transforme nuestra existencia en algo sabroso, menos si no nos exponemos a nosotros mismos poniendo en juego lo que somos.  

DCM gusto

Estoy, además, comprobando que no da igual en qué momento se añada la sal, que un plato con los mejores ingredientes puede quedarse desaborido si se te olvida y que hay guisos que lo reciben mejor o peor cuando llegas a echarla demasiado tarde. A nosotros, que somos invitados a ser “sal de la tierra” (Mt 5,13), nos corresponde discernir con atención cuándo, dónde y de qué manera aderezamos nuestro alrededor. No os penséis que me he convertido y ahora me gusta cocinar. Eso es difícil que suceda, pero sí que me doy cuenta de la razón que tenía Teresa de Jesús cuando decía eso de que Dios también anda entre pucheros ¿no os parece?