Entre el laicismo y las teocracias populistas


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La historia nos dice que pocos países han levantado la bandera del laicismo con más entusiasmo que la Republica de Francia y sin embargo el actual presidente Emmanuel Macron está dando pasos significativos para replantear el tema religioso en la sociedad francesa. Tal como lo refleja en su interesante artículo en Vida Nueva Miguel Angel Malavia, el presidente francés procura “dejar atrás el laicismo y adentrarse de lleno en la laicidad”.

Hace ya bastante tiempo que filósofos, historiadores y sociólogos han cuestionado desde diferentes puntos de vista aquella concepción de la secularización como la última palabra de la historia y el fruto de un proceso irreversible. El fenómeno religioso ya no puede ser seriamente considerado como la expresión de una «infancia de la humanidad» o una fase superada del desarrollo. Por el contrario, parece una constante en la vida de los pueblos y una dimensión siempre presente en toda cultura humana.

La experiencia ha demostrado claramente que cuando una forma específica de religión pierde fuerza, entra en declive y es marginada, ese espacio es siempre ocupado por un fenómeno nuevo. Puede tratarse de una variante de la misma religión que resurge con fuerza; de una corriente religiosa completamente nueva; o de la aparición de un fenómeno que en su origen fue no-religioso, pero que adopta el rol social de una religión (ideologías políticas, deportes, fenómenos masivos generados por los medios de comunicación, etcétera). En cualquier caso solo una visión muy anticuada de las sociedades puede seguir aferrándose a conceptos ya superados que pretenden borrar de la vida social el hecho religioso con todas sus consecuencias.

En Latinoamérica

La cuestión que se plantea en Francia es importante cuando es observada desde sociedades que, sin manifestar una concepción laicista, de hecho se han convertido en sociedades absolutamente laicas aunque sus leyes y algunas tradiciones sigan refiriéndose a la religión considerándola importante en los discursos “políticamente correctos”. En los países latinoamericanos de tradiciones católicas, conviven multitudinarias fiestas religiosas con una concepción de la vida y de las sociedades absolutamente alejadas de aquellas raíces, declamadas pero no efectivamente presentes en la vida cotidiana.

Es sorprendente que en los países en los que nació la Ilustración se replanteen estas cuestiones, mientras que en Latinoamérica se pretenda en algún caso volver a teocracias populistas o, en el otro extremo, se presente la apostasía a la Iglesia y la separación Iglesia-Estado como una “conquista social” supuestamente progresista. Es también notable que en estas sociedades representantes de algunos sectores eclesiásticos se refugien en aquellos fenómenos religiosos tradicionales como la expresión de que “no todo está perdido” y olviden que se trata más de viejas costumbres que languidecen que de fenómenos auténticamente religiosos.

En una entrevista concedida por el Papa Francisco a la revista Tertio, de Amberes, Bélgica, al finalizar el jubileo de la Misericordia en el año 2016, se le preguntó si la religión tiene que ser reservada a la vida privada y el Santo Padre respondió: “Yo no quiero ofender a nadie pero esta postura es una postura anticuada. Es la herencia que nos dejó la Ilustración donde todo hecho religioso es una subcultura. Es la diferencia entre laicismo y laicidad … El Vaticano II nos habla de la autonomía de las cosas o de los procesos o de las instituciones. Hay una sana laicidad, por ejemplo, la laicidad del estado. En general, el estado laico es bueno. Es mejor que un estado confesional, porque los estados confesionales terminan mal”.

Las sociedades en las que aún se conservan ciertas tradiciones cristianas harían bien en mirar hacia esos países en los que se está intentando devolver a las instituciones religiosas su verdadero papel socialmente significativo. Es preocupante el retorno a concepciones, de un signo político o de otro, que no comprenden en su complejidad y riqueza el fenómeno religioso. Especialmente preocupa cuando esa visión se observa dentro de la misma Iglesia, cuando se huye de los desafíos contemporáneos y se prefiere el consuelo que ofrecen algunas aisladas expresiones supuestamente religiosas, que carecen de influencia en la vida concreta de la inmensa mayoría de las personas.