Engaños colaterales


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Parece una metáfora, pero siempre caminamos entre minas antipersona, demasiado peligrosas porque a menudo quedan activas mucho tiempo después de que acaben los conflictos, convirtiéndose en amenaza para la población civil, especialmente los niños, que lo único que quieren es jugar.



Una guerra entre dos naciones siempre nos mantiene en vilo, lo malo es cuando estos conflictos se multiplican como las bombas de racimo. El Instituto para la Economía y la Paz, termómetro fidedigno de las situaciones de guerra que sufre medio mundo, publicó el 4 de enero, que estamos viviendo 56 conflictos armados activos, una cifra que no se veía desde la II Guerra Mundial, y aunque muchos de ellos están relacionados con conflictos internos, lo que más preocupa es la alta cifra de confrontaciones más allá de las fronteras, en las que están involucrados 92 países (que desconocemos porque nunca nos han hablado de ellos).

Genocidio organizado

Las presiones bélicas entre dos países siempre las justifican los que primero atacan, sean con agresiones terroristas o embestidas militares. Los que desde nuestra sala de estar contemplamos las guerras también vivimos enfrentados dialécticamente, porque nos dejamos influir por los engaños colaterales de la propaganda, que es también una manera de vencer al enemigo con el beneplácito de la opinión pública. Pero tanta masacre forma parte de un genocidio organizado. ¡Pobre población civil! La ONU confirmó más de 41.000 violaciones graves de los derechos del niño en el mundo en 2024 (asesinatos, daños físicos, violencia sexual, secuestros, reclutamiento forzado). Por otra parte, Ucrania repatriará 6.000 cadáveres de soldados a Rusia, mientras tiene en su morgue 2.200 jóvenes soldados ucranianos sin identificar. Suma y sigue.

Hala Abu Dahlez (C), una niña palestina de doce años, herida en un ataque aéreo, juega con sus

El papa León XIV clamó: “¡Que callen las armas!”. Y daba gracias a Dios por todos aquellos que, en el silencio, en la oración, en la entrega, tejen tramas de paz. Animó a los cristianos, sobre todo a los de Oriente Medio, a perseverar y resistir en sus tierras con todos los derechos necesarios para una existencia segura. Y nos comprometió a todos los cristianos en esta tarea.

Las dictaduras, sean del signo que sean, o el orgullo supremacista, aunque piensen que es democrático, nunca ayudarán a edificar la paz. El 21 de junio, Arnaud Alibert se preguntaba en ‘La Croix’ qué pasaría si el camino hacia la paz en el conflicto israelí-palestino pasara por la religión. Y citaba a Olivier-Thomas Venard, estudioso de la Biblia residente en Jerusalén, que destacaba en ‘Nos queda la fe’ lo que en la historia y las tradiciones hace que la paz sea inalcanzable sin ella. ¡Ánimo y adelante!

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