Fernando Vidal, sociólogo, bloguero A su imagen
Director de la Cátedra Amoris Laetitia

El sol en el vientre de Arcabas


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Fue en 1984 cuando Jean-Marie Pirot (1926-2018), conocido por el nombre artístico de Arcabas, realizó la que probablemente es su más conmovedora obra, ‘El Sol en el vientre’ –’Le soleil dans le ventre’–. Significativamente, fue la obra elegida para el póster de la que sería la última exposición retrospectiva realizada en vida del autor. Es una emocionante maternidad que desborda dulzura, trascendencia y serenidad. La referencia al Sol en el vientre, el azul que tiñe la escena, las palomas que vuelan tras la mujer y el programa temático de Arcabas, la refieren a la Virgen María.

El cuadro está organizado en dos partes. La superior es azul, cósmica, celestial. La inferior es terrenal. En medio, el Sol que amanece. En la parte de abajo, las piernas de la Virgen se acercan al color de la piel humana, con aspecto terroso. Los raspados dejan ver el tejido del lienzo, muestran la carne del cuadro. Las manos y muñecas de la Virgen están cerca de esa forma de ser representados, más próximos a la carne, aunque mezclados con el azul celestial. El fondo de la parte inferior tiene dos componentes. La Virgen está en un espacio azul oscuro, profundo, abisal, interior. La terrenalidad inferior no está vacía ni es el mero suelo superficial, sino que la persona está inmersa en una interioridad de gran hondura. Pareciera que la Virgen está en un baño de aguas profundas. En ese espacio, hay una figura geométrica.

La figura es un círculo de dos hemiferios invertidos. Es quizás la letra de un alfabeto que no todavía no existe. Está en la profundidad y va a emerger. Es la nueva palabra del Mesías. Forma parte de una nueva palabra misteriosa cuyo lenguaje viene a llamarlo todo de un nuevo modo. Es un lenguaje de orígenes y recreación. Tiene familiaridad con el griego, podía ser una letra con las curvas y secciones del alfa y la omega. El signo puede representar la relación entre el cielo y la tierra. Los dos son espacios curvos, con su propia entidad. La medio circunferencia inferior sería el mundo y la superior el cielo. Pero también parece un trono donde la mujer va a sentarse. Apela a maría Reina del Universo, sentada en el firmamento y con los pies en la tierra. En todo caso, el signo refuerza la ordenación en dos espacios verticales. También le da un firme anclaje negro y grueso –parece un objeto obrero e industrial–, a la figura en lo terrenal.

Sencilla, humilde y pacífica

La parte superior es aérea, ligera. Las aves –probablemente palomas– alientan esa volatilidad y ascensión. El cuerpo tiene transparencias. Los brazos están separados del tronco, lo cual intensifica la sensación de asunción. Podríamos ver que en realidad desde los hombros de la mujer desciende una prenda que reposa en el trono. Si así fuera, la capa estaría extendida a todo el fondo, aludiendo al firmamento como manto de la Virgen entronizada. Pero solamente es una alusión porque ella aparece sencilla, humilde y pacífica.

La figura de la joven está plenamente desnuda. Nos mira a quienes estamos frente a ella. Es na mirada comunicativa y directa, distante y serena. El rostro es típicamente arcabasiano: el sentimiento y sensibilidad el rubor de la nariz, labios marcados y emotivos, ojos grandes y con luz propia. El corte de pelo es moderno y podría pensarse que tiene forma de velo. Crea una figura geométrica alrededor de la cabeza de la joven, que tiene algo de nimbo actualizado. No se distingue del rostro ni se le da los rasgos del cabello. Tan solamente su posición y el rascado vertical que marca el pintor nos permiten identificarlo así. Al no establecer límites claros con la faz, crea el placer de la distensión, expande el rostro, lo cual también expande el alma.

En realidad el rostro sí tiene perfilados sutilmente mentón y mandíbula. Un corte moderno y clásico. El recorte de los brazos esculturiza la imagen y la convierte en estatua renacentista. La figura almendrada que rodea la cabeza de la joven se relaciona formalmente con cada uno de los ojos: tiene algo de ojo. Pero también hay algo de alas, vuelo. Parece movida por el viento igual que las aves suspendidas en el cielo. Los senos de la Virgen parecen sostener el ligero velo que creíamos ver antes. En todo caso, son también aéreos. Son pechos maternales, de gran aureola. El pezón, claro en medio y el volumen en un azul tan claro que parece vacío que eleva los senos.

La maternidad

La pelvis no oculta el vello púbico, discreto y sereno. Sobre él, el vientre embarazado de la maternidad. La joven lo sujeta. Es un Sol. Referencia bíblica a Cristo como Sol. Es un Sol contenido, dentro del seno materno pero que irradia. El Sol tiene relación formal con los senos, alimento de la Humanidad. Alrededor de la masa solar bajo la piel, hay una aureola de una luz que desborda. Sus manos lo sujetan tiernas y se las ve en sombra e contraste con el resplandor del Hijo. Si vemos el Sol situado en la mitad de esas dos partes cielo-tierra, es un Sol que amanece. La madre es a la vez tierra y cielo, madre y virgen, joven desnuda y reina vestida con el firmamento. Ella no lo guarda para sí: al vernos, lo ofrece, lo presenta, lo guarda y cuida para nosotros. Dentro de la Virgen María ya ha amanecido y su rostro de paz y confianza nos anuncia la nueva luz que va a nacer.

Este contraste entre la fuerza desmedida del Sol del Mesías contenido y abrazado en el vientre de la Madre, y la paz del rostro y senos de María, produce una fuerte emoción en el espectador, una diferencia que nos mueve en ambas direcciones y nos reintegra. En el Sol se integran los movimientos de trascendencia e inmanencia, suelo y cielo. No es una diosa guerrera sino una reina de paz; quizás solo ella fue la capaz de gestar al Sol.