Los síntomas de cambio son claros: el sistema que conocimos está llegando a su fin. La sociedad del rendimiento, con todos sus males y excesos, ya no da más. El vacío, la inequidad, la soledad, la deshumanización, la destrucción del planeta, la migración, la violencia, la toxicidad social y la incertidumbre son señales evidentes de que el mundo que conocimos está muriendo.
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En este contexto de caos, algunos buscan moldear el futuro a su beneficio, aprovechando la inestabilidad política, económica, social, tecnológica y climática para dominar, adueñarse de los recursos y mantener el control. Si el futuro dependiera de estas manos egoístas, la humanidad padecería aún más pobreza, esclavitud, desigualdad y violencia.
Pequeña élite
Sin embargo, el futuro no depende solo de esta pequeña élite, sino también de cada uno de nosotros. Lejos de la impotencia y frustración, debemos perseverar en la construcción de un mundo nuevo, profundamente espiritual e inédito en la historia, teniendo fe en Dios, en nosotros mismos y en los demás.
Estamos llamados a una re-evolución amorista. Así, para ser peregrinos de esperanza, debemos recordar que el amor es más fuerte que la maldad. Con valentía, debemos asumir cambios en nuestra manera de proceder, relacionarnos y actuar, desde una mirada crítica del paradigma actual. El nuevo sistema debe sembrarse ahora, en nuestros corazones y en la sociedad, para que florezca en el futuro. Tengamos en cuenta estas semillas para el cambio:
- Conciencia de la interdependencia: somos un todo interrelacionado, un tejido de vínculos. Para alcanzar la felicidad, debemos dejar atrás el individualismo y tomar decisiones que promuevan el bien común, que incluye tanto a las personas como al planeta.
- Promoción del amor como fundamento: el amor debe ser la base de la salud integral de las personas, la humanidad y el planeta. Necesitamos investigarlo y fundamentarlo en la economía, la educación, la política, la ciencia y las relaciones internacionales.
- Formación en valores fundamentales: la educación debe promover valores como la solidaridad, el respeto y la cooperación, tanto a través del ejemplo como del testimonio. Estos valores deben ser la base de un nuevo sistema social.
- Educación en ecología integral: los futuros líderes y todos deben formarse en el cuidado de las personas y el medio ambiente, con creatividad y energía. Este enfoque orientará nuestras acciones hacia la cooperación y el respeto mutuo.
- Responsabilidad con la tecnología: debemos acordar cómo convivir con la inteligencia artificial y los avances tecnológicos para que estén siempre al servicio de la vida, estableciendo límites claros para evitar su abuso.
- Inclusión del genio femenino: priorizar el liderazgo de las mujeres en los procesos políticos, económicos y sociales, pues su enfoque de cuidado, ternura, resiliencia y proactividad aporta una dimensión profundamente humana a la toma de decisiones.
- Rescatar lo que la sociedad considera “inútil”: potenciar las artes, los deportes, el contacto con la naturaleza y el silencio. Estas actividades nos conectan con nuestra interioridad y nos permiten descubrir nuestra misión esencial.
- Aprovechar la sabiduría de las personas mayores: incorporar la experiencia y conocimientos de las generaciones mayores para que lideren los cambios con firmeza y flexibilidad, enriqueciendo el proceso de transformación social.
El futuro es ahora
Para concretar esta transición, debemos empezar por cambiar nuestra vida cotidiana. Algunas prácticas simples, pero poderosas, pueden servir como punto de partida:
- Sonreír y saludar a los demás.
- Practicar la honestidad y evitar la corrupción en pequeños gestos.
- Ayudar a los más necesitados con solidaridad.
- Reducir el consumo y reciclar.
- Agendar espacios de formación espiritual y de valores.
- Desconectarnos unos minutos al día para hacer silencio y reconectarnos con nosotros mismos.
- Verificar la información que recibimos y resistir la manipulación.
Todo esto puede sonar utópico, pero cada decisión que tomemos hoy estará cultivando las semillas de un sistema más humano y sustentable. En el fondo, estamos avanzando hacia lo que debemos construir: el Reino de Dios en la tierra.
Un reino donde prevalezcan la justicia, la paz, la bondad y la verdad. Ser peregrinos de esperanza significa caminar con fe, sembrando amor y transformando el mundo a nuestro paso. Porque, al final, ese es el propósito más profundo de nuestra existencia: colaborar con la creación de un mundo donde Dios habite en cada corazón y acción