Fernando Vidal
Director de la Cátedra Amoris Laetitia

El pulmón del mundo


Compartir

El mal es y será imparable en la historia con tan solo nuestras fuerzas o deseos. Aun poniendo todos los medios, estalla y, como en el caso de la invasión putinista de Ucrania, desalienta, hace sentir impotencia. Podemos tener la tentación de retirar la mirada, dejar de escuchar, desconectarnos para no sentir más angustia. Y quizás una de las cosas más importantes es precisamente no dar la espalda, seguir manteniendo la mirada cara a cara.



Ante el hundimiento de la civilización romana, san Agustín veía que hay circunstancias históricas en las que la humanidad es prensada como una oliva y entrega su mejor aceite. Hay muchas acciones de fraternidad y pacificación que cualquier persona del mundo puede tomar, pero una de las más transformadoras es contemplar compasivamente tanto mal y rezar. Como los árboles absorben polución y devuelven oxígeno, así nuestros corazones tienen la capacidad de cargar con el mal y la tristeza, y de convertirlo en un clima de compasión, solidaridad y esperanza.

Semillas de esperanza

El Espíritu trabaja en nuestro interior infundiendo una fuerza vital que toma lo peor y lo transfigura. Nuestro sentido de gratitud, nuestra razón, creencias, valores, anhelos, etc. operan sobre esas desgracias y maldades que no queremos ignorar. La oración las pone todas en coloquio con Dios y su amor hace lo que nos parece imposible. El Amor hace que lo que vemos, escuchamos, sentimos, tan lejos o tan cerca, salga de nosotros convertido en semillas de esperanza que crean otra atmósfera común.

Cada uno de nosotros puede ser ese molino de pan, árbol de aires de esperanza, un horno que queme ira y dé comida, un lagar que prense la uva y ofrezca el vino de la resurrección. Y cada corazón cuenta y es imprescindible. Como el Amazonas, seamos un nuevo pulmón del mundo.

Lea más: