Trinidad Ried
Presidenta de la Fundación Vínculo

El poder de las palabras


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Cada día somos voceros de un promedio de 27.000 palabras que salen de nuestra boca como si fuesen palomas mensajeras volando entre nosotros. Si a eso le sumamos las palabras de los demás, podríamos visualizar nuestra red humana llena de “palomas” llevando mensajes de todo tipo. Buenos, malos, conspiraciones políticas, datos económicos, catástrofes, comentarios, noticias, quejas…



Si a ese cielo lleno de palomas y sus respectivas consecuencias en nuestra interrelación le sumamos todas las palabras que pensamos, la verdad es que tendríamos un “palomar” de tamaño sideral. Quizás como nada en nuestra realidad humana, aquí vemos la compleja red que nos va dando forma a cada uno y a la realidad en general. Al principio, todo es sencillo: “Mamá, pan, leche, gato”; sin embargo, a poco andar, los matices y significados empiezan a ampliarse en forma infinita y a complicarse: decir pan en la India es muy diferente a lo que entendemos por pan en Chile y la variedad de panes que pueden existir.

Más complejidad

Constatando lo anterior, podemos dar un paso más en nuestra evolución humana y su complejidad. Cada uno de nosotros se va construyendo en base a las palabras o “palomas mensajeras” con que se va relacionando. Frases, adjetivos, comentarios, silencios, agravios y evaluaciones van haciendo “nido” en nuestra psique y forman nuestra subjetividad.

Lo primero que nos diferencia de la masa es nuestro nombre. La forma en que es pronunciado, su frecuencia y la energía que lleva “esta paloma” van determinando si nos sentimos bienvenidos o no a la vida y si nos sentimos valorados y amados. Según la investigación de Hart y Risley del año 1995 y que dio origen a la hoy denominada “brecha de las palabras”, los niños de Estados Unidos, ya a los cinco años, dependiendo de su nivel socio económico y la cantidad de palabras que han escuchado, poseen una percepción de sí mismos como los reyes del mundo (en las clases medias altas) o como un estorbo (para las clases medias bajas), sin contar la gran diferencia en la cantidad y calidad de las palabras utilizadas.

Crear realidades propias

En la antigüedad –y aún hoy–, algunas personas atribuían a las palabras la capacidad de crear realidades por sí solas, como si fuesen mágicas y funcionaran como hechizos y pócimas infalibles. Las palabras tienen un enorme poder, pero nunca aisladas, sino que están intrínsecamente relacionadas a los contextos y acuerdos relacionales que hayan hecho los seres humanos. Basta ver la velocidad con que la Real Academia Española (RAE) va incorporando nuevas palabras y cómo sus significados varían en el tiempo y en los espacios. No es lo mismo decir guagua en Chile que en Colombia, por ejemplo. Dicho esto, cada uno de nosotros, nuestras comunidades, ciudades, países, continentes y la humanidad debemos revisar lo que estamos hablando, la cantidad y calidad, los contenidos y su densidad, para poder crear nuevos acuerdos de relación, que cambien el paradigma en el que nos encontramos y generar más vida y fecundidad para todos.

En el libro del Génesis se hace mención de una comunidad que quiso construir una torre que llegara al cielo y Dios, por esa soberbia, les hizo hablar en distintas lenguas, siéndoles imposible entenderse. Muchas veces, son tantas las lenguas que hablamos en nuestra psique, tantas las palabras que arrastramos en nuestra historia relacional, que ni siquiera nosotros nos podemos entender.

En nuestra Torre de Babel

Heridas de todo tipo se instalaron haciendo carreteras neuronales de palabras “dichas” que nos llevan por toboganes de sufrimiento y dolor. Palabras de autodesprecio pueden llegar incluso a generar realidades como profecías autocumplidas en nuestras vidas, no por las palabras en sí, sino porque ellas nos van haciendo generar contextos y vínculos tóxicos y cerrando las oportunidades y recursos con que sí contamos. Si todo el día, en nuestra Torre de Babel, nos decimos y pensamos cosas feas y somos incapaces de amarnos y entendernos, y dejamos que el villano tome el control, las decisiones que tomaremos nos degenerarán y languidecerán.

La misma lógica funciona en los sistemas comunitarios y sociales. Si las palabras que priman en nuestras relaciones son tóxicas, odiosas, desconfiadas, descalificadoras, agresivas, discriminadoras, destructivas o fatalistas, lo único que haremos es hundirnos y no ver todas las oportunidades que nos rodean y las cosas que podemos mejorar. Basta de quejarse y sembrar el mal, porque esa mugre de “paloma” nos caerá sobre la cabeza y nos dañará.

En el Cenáculo

Por otra parte, en el Nuevo Testamento se cuenta la experiencia de la venida del Espíritu Santo cuando los apóstoles estaban reunidos y asustados junto a la Virgen María. Fue en ese Cenáculo donde hombres muy sencillos y sin preparación pudieron “hablar y darse entender” en todas las lenguas; es decir, hablaron el único lenguaje que nos unifica: el del amor. Así como las palabras pueden hundirnos, si enunciamos palabras amorosas, compasivas, dialogantes, tiernas, conciliadoras, empáticas y misericordiosas, estas pueden sacar lo mejor de las personas, pudiendo generar contextos de bendición y vida para todos.

Sin desconocer los desafíos y problemáticas que estamos viviendo, depende de nuestra decisión el significado que le demos y cómo podemos generar nuevos acuerdos sociales e “inventar” nuevos códigos de relación menos competitivos, individualistas, consumistas y narcisistas como los que imperaban hoy. Habrá que inventar nuevas realidades a partir de nuevas palabras y, como decretó el rey de nuestra historia, que solo se permitan las palabras buenas, bonitas y verdaderas.

Estrategias para ser fecundos

Para ayudarnos a elevar “nuestro lenguaje” a una dimensión más constructiva, pacífica, fraternal, solidaria, amorosa, compasiva, sencilla y equitativa, algunas ideas nos pueden ayudar. Empecemos por los tres verbos por los que me levanto cada mañana; revisemos qué nos mueve espiritualmente, más allá de lo funcional o material. Estos tres verbos pueden ordenar todas las decisiones, palabras y actos que vayamos a realizar y nos permite descartar lo que no se ajusta a ellos.

  • A dónde voy y a qué: en una línea similar, san Ignacio utilizaba esta frase para despejar las “palomas de su cabeza y las del mundo” que no tenían que ver con su principio de vida, que era amar y servir.
  • Cómo me gustaría ser recordado: pensar en una frase que nos identifique en la posteridad también nos ayuda a ordenar las palabras de nuestra mente; lo que pensamos y lo que expresamos a los demás, de modo que sea una estela bella y no “aceite en el mar”.
  • Si muriese, hoy qué me gustaría decir: pensar en las últimas palabras que me gustaría decir y a quiénes también nos puede ayudar a no dejar eso para otro día, si no a ocupar el hoy.

Los filtros antes de hablar

Los sabios chinos ya nos enseñaban a que, antes de hablar, revisemos si lo que vamos a decir es verdadero, si es bueno y si es útil para construir más vida en nosotros mismos y los demás.

  • Quijotes y no quejotes: intentar conquistar al menos un día sin quejarse de nada ya es un desafío muy complejo al que podemos aspirar. Tras 21 días seguidos sin quejarse, nuestro estado emocional será muy diferente al actual e irradiaremos esa energía positiva al entorno.
  • “Solo por hoy”: es una máxima que nos puede ayudar a ir conquistando pequeñas metas que nos permitan cambiar nuestros relatos, los significados y los contextos que nos han construido para empezar a abrir senderos de salud psicoespiritual y social.
  • Tres a uno para lograr la comunicación y la transformación: si, por necesidad o corrección fraterna, debemos decir algo a alguien más que es complejo o difícil de aceptar, digamos tres cosas buenas y reales primero para bajar las defensas y luego lo que cueste más o lo que hay que corregir. Eso permite el florecimiento del otro y el crecimiento mutuo en la confianza.
  • Eliminar los garabatos y descalificativos en los contextos de agresión: habrá que hacer un gran esfuerzo para no dirigirnos a los demás o a nosotros mismos con palabras que denigran o destruyen. Son armas muy filosas y que debemos regular a nivel personal y social.

Trinidad Ried es presidenta de la Fundación Vínculo