Por más que no en todas partes del mundo sea así, al menos en este hemisferio estamos en los estertores del año lectivo, sufriendo los calores propios del verano que se acerca, acogiendo días con más luz solar y vislumbrando la cercanía de esas vacaciones que dan por terminado el año escolar. Esta es época de ir pensando en cómo invertir los días de descanso y, no es de extrañar que una de las opciones más frecuentes sea irse a otros lugares.
Eso de que viajar nos enriquece, nos abre la mente y nos hace aprender mucho es algo bien reconocido desde siempre. De hecho, la misma Escritura da testimonio de ello de manera explícita cuando el sabio de Eclesiástico deja muy claro que “el que ha viajado mucho sabe muchas cosas, el que tiene experiencia se expresa con inteligencia” (Eclo 34,9).
Aunque en mi caso no haya sido por trabajo, tengo muy reciente el tiempo que he pasado estos días por Uruguay. Entre los muchos aprendizajes que me he traído de vuelta se encuentra uno botánico con el que no contaba. Según parece, desde hace un tiempo las palmeras de Uruguay están sufriendo el estrago del picudo rojo. Estos escarabajos, originarios de Asia, son una especie invasora que dejan sus larvas en los troncos de las palmeras.
Poco a poco, estos insectos van alimentándose de su interior hasta secarlas totalmente. Miraras donde miraras, era fácil encontrarte palmeras afectadas por esa plaga que, en cuestión de semanas, terminaba con la vida de estos árboles sin que apenas te pudieras dar cuenta. Está claro que ninguno de nosotros somos palmeras ni estamos amenazados por ningún escarabajo asiático, pero, sin duda, este aprendizaje puede ir más allá de la botánica y convertirse en una advertencia.
Tomar el pulso por dentro
Solemos estar atentos a todo aquello que implica un peligro evidente o que sentimos que nos roba de manera notoria la libertad, la energía o nuestra identidad más esencial. En cambio, hay muchas otras realidades que nos pasan inadvertidas, como las larvas del picudo rojo, pero que nos van arrebatando la vida, secándonos por dentro sin que apenas nos demos cuenta.
No es difícil normalizar ciertas maneras de relacionarnos con la realidad, con los demás y con nosotros mismos que nos hacen difícil respirar a pleno pulmón. Conviene tomarnos el pulso por dentro, porque nos sucede como a las viñas del libro del Cantar de los Cantares, que están amenazadas por pequeñas raposas que, a pesar del tamaño, son muy capaces de dañar la vida que brota (cf. Cant 2,15). Como las palmeras, somos invitados a alcanzar la plenitud de nuestra altura humana y creyente. Aprendamos la lección y no dejemos que ninguna plaga nos reseque por dentro.