El reo contestó al político de turno: “Para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad; todo el que es de la verdad escucha mi voz”. Pilato le dijo: “¿Y qué es la verdad?”. Aquí se terminó el interrogatorio.
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Envidia espiritual
En este tiempo de posverdad y de sentimientos demoníacos a flor de piel, las redes arden en retorcidas medias verdades, falsedades e insultos viscerales, incluso entre los que piensan que defienden a cincel la autenticidad de la fe, aunque sus diatribas carezcan de caridad. Ya hace 35 años, una teóloga laica francesa, Georgette Blaquière, hablaba de la autodestrucción de nuestras comunidades cristianas porque vivíamos relacionándonos desde la diferencia y la oposición: ella lo denominaba envidia espiritual. Es bochornoso tanto enfrentamiento. Cada uno busca defender su territorio y no soporta que otros, dentro de la Iglesia, puedan pensar distinto, aunque sea el Papa. En realidad, no hay quien nos baje de nuestro pedestal.
Creemos demasiado en la dialéctica de la oposición y de la reivindicación, mucho más que en la comunión y la corresponsabilidad, haciendo difícil el avance y el crecimiento de la Iglesia. Pretenden ser los únicos consecuentes y coherentes esculpiendo sus razonamientos en piedra, atacando furibundamente a los que ven como oponentes, creen solo en sus emociones y su arraigada ideología, mientras el Señor sigue haciendo garabatos con el dedo en la arena, esperando la misericordia.
Muchas veces, esta mirada orgullosa, desde el pedestal, tiene sus raíces en heridas profundas, en sufrimientos, en fracasos, en valoraciones, o en expectativas que nos habíamos hecho y que no responden a los latidos de Dios, como el hermano mayor de la parábola del Padre bueno y los dos hijos: si yo te he servido fielmente…, ¿por qué él y no yo? Detrás de esta pregunta y este lamento se esconde una incorrecta imagen de Dios, pero, sobre todo, un corazón raquítico.
Amor
El Corazón de Dios y, por tanto, el del Evangelio, es el Amor, incluso a los enemigos, tan difícil de digerir. Si la comunión fraterna surge del amor de Dios, solo cuando estemos unidos a Él estaremos unidos entre nosotros practicando la caridad y el perdón, participando unidos en la Eucaristía, fuente y culmen de comunión, ejerciendo la sinodalidad para caminar juntos en el amor. Las personas orgullosas, que piensan que caminan en verdad, incapaces de empatía, parece que rezan a Dios diciéndole: “Señor, no me bajes nunca de mi pedestal de humildad”.
El sumo sacerdote dijo a Jesús: “¿No tienes nada que decir ante lo que testifican contra ti?”. Pero Jesús callaba. Pues eso. ¡Ánimo y adelante!
