Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

El grano dará su fruto


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Hace ya unos años que escuché a alguien comentar que el Sábado Santo era el único día en el que se daba vacaciones a los sacerdotes porque no se celebra la eucaristía. No sé cuánto de real es eso, especialmente cuando este año he vivido un Triduo de horarios extraños que incluía una Vigilia Pascual cuando aún no había ni atardecido y una Cena del Señor mucho antes de la hora en que mi madre acostumbra a comer los fines de semana.
Lo que sin duda es cierto es que el Sábado Santo se ha convertido en un día un poco “de paso”, como si se tratara de un trámite necesario en el que, como te descuides, puedes recibir felicitaciones de Pascua desde que comienza la jornada. Creo que este pasar de puntillas por este día del Triduo puede ser reflejo de lo difícil que se nos hace eso de esperar pacientemente, no solo ante un sepulcro, sino ante todo aquello que no es inmediato y solo fructifica con el tiempo.

Impaciencia

Es probable que quienes estén más acostumbrados al mundo del campo no lo vivan así. Puede que, como recuerda la carta de Santiago (cf. Sant 5,7), mantengan la paciencia de quien siembra con la esperanza de que la semilla dé fruto en el momento adecuado, ni antes ni después. El caso es que, ante ciertas realidades, me descubro con la misma impaciencia de quien levanta una y otra vez la tapa de la olla mientras cocina, sin asumir que los buenos potajes necesitan un tiempo largo de cocción a fuego lento. Tenemos prisa por resolver dudas, por dar sentido a lo que desconcierta o por atajar el dolor propio o ajeno. Nos cuesta mantener las preguntas cuando sus respuestas no son inmediatas y nos incomoda avanzar a tientas en medio de sombras.
Es probable que tengamos urgencia por celebrar la Resurrección sin darnos cuenta de que la experiencia Pascual implica más de paciente espera de lo que podría parecer. Se nos hace cuesta arriba ese “ya, pero todavía no” que repetimos en teología. Celebramos que la última palabra la tiene la Palabra, que el Amor hasta el extremo vence toda muerte, pero esto no contradice que siempre quede algo de Sábado Santo. Siempre queda un rincón por iluminar, una pregunta por responder, un resquicio de muerte por vivificar o un dolor por sanar, y ante esto somos invitados a permanecer ante tantos sepulcros con la misma paciencia confiada del sembrador, convencidos de que, antes o después, el grano enterrado dará fruto abundante (cf. Jn 12,24).