Raúl Molina
Profesor, padre de familia y miembro de CEMI

El dolor global


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Este tiempo globalizado que tanto nos está trayendo de novedad, esperanza, o inquietud, también nos trastoca nuestra capacidad de bondad.



Nos habíamos acostumbrado a un prójimo cercano, tirado en el camino por el que transitamos cada día, un prójimo que aparecía en nuestro vecindario, en nuestro lugar de trabajo, o en nuestra ciudad. El samaritano encontró al hombre apaleado mientras hacía uno de sus habituales trayectos. Estamos acostumbrados a darle sentido a nuestra bondad cuando la ejercemos con el de al lado.

La humanidad sangra

Pero, sin pedirlo, a través de los medios y de las redes, los nuevos prójimos se hacen visibles a miles de kilómetros: en el terremoto de Turquía, en la isla de Delfos, en la guerra de Ucrania, en el África espoliada, en las minorías asediadas en Bangladesh, en China o en la Amazonía, en… Y con ellos la humanidad completa sangra, se retuerce. Y los medios han convertido todo este sufrimiento en un espectáculo frente al que no tenemos respuesta. Se nos llena la garganta de un dolor ante el que no sabemos reaccionar, ante el que no sabemos qué hacer, pues no se encuentra el moribundo al borde del camino.

Terremoto en Turquía y Siria

 

Nos vemos incapaces de ejercer la bondad con el que sufre a miles de kilómetros y, lo que es peor, hablar de un Dios Padre Misericordioso ante este paisaje desolador, más que una paradoja, parece una broma.

Se globalizó la economía, se globalizó la información, se globalizó la cultura y, sin darnos cuenta, también se globalizó el sufrimiento. Y seguimos deseosos de ejercer la bondad, pero no sabemos cómo, y seguimos anhelando la ternura de Dios Padre, pero no comprendemos a qué juega.

Conviene sacudirse el polvo.