Raúl Molina
Profesor, padre de familia y miembro de CEMI

El dolor, ese lugar sagrado


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Querida amiga, nos lo estás haciendo descubrir, el dolor es un lugar sagrado.



Como Moisés, cuando el Misterio se le mostró ardiente, inesperado y turbador en forma de zarza, cuando nos enfrentamos al misterio del dolor lo único que nos queda es descalzarnos para pisar la tierra, para pisar el humus del que venimos, para sentirnos arcilla en manos de un alfarero que, en ocasiones, nos parece torpe, cruel y caprichoso, pero que, en otras ocasiones, sentimos cómo nos abraza, cómo nos da la vida, cómo nos pasea por bellos jardines mientras nos acurrucamos en la palma amorosa de su mano. Y es que, como cantó Serrat “de vez en cuando la vida nos besa en la boca”, y de vez en cuando “nos gasta una broma y nos despertamos sin saber qué pasa”.

Me descalzo para seguir escribiendo.

Querida amiga, no me atreví hasta hoy a escribirte sobre el dolor, pero, ¡qué real se hace Dios cuando alguien sufre!

Dios de la Vida

¿Quién puede entender el dolor sino el Padre que tanto quiso al mundo que entregó a su “Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16)? La respuesta de Dios al dolor del mundo fue su propio dolor, y se “humilló a sí mismo, se hizo obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz” (Flp 2,8). A la misma María, le anunció Simeón, “una espada te traspasará el alma” (Lc 2,35). ¿Qué sentido tiene llamar a Dios el Dios de la Vida si le dejamos fuera de los momentos que nos desgarran, que nos vacían, que nos derrotan?

Nos seduce la idea de un dios benefactor, de un dios al que nos gusta poner a nuestro servicio para que nos anime, nos alegre y nos cure, de un dios que nos dé explicaciones de todo aquello que nos perturba y no somos capaces de abarcar y de explicar. Pero cuando Jesús nos dice que vayamos a él los que estemos cansados y agobiados, nos ofrece su alivio, y su alivio no es otro que la mansedumbre, la humildad, y hacer nuestro su yugo (Mt 11,28). Nos empeñamos en un optimismo huero que nos libre de todo sufrimiento y resulta que la respuesta última es estar dispuesto a cargar con un yugo.

Querida, amiga. Sufrir es una mierda. Sufrir es algo inaceptable, indeseable para cualquier ser humano, injusto, incomprensible e injustificable para los que creemos en el valor de la bondad. Pero, paradójicamente, a los que conseguís acoger el dolor en vuestro corazón se os hace más fácil entender que Dios, nuestro Dios, el Dios de Jesús, el Dios de la Vida, es un Padre amoroso.

Conviene sacudirse el polvo.