Hay lugares a los que me gusta volver y visitas que no me importa repetir. Es lo que me pasa con el “Museo de la paz” en Gernika. El nombre de este lugar está vinculado con un bombardeo terrible que desoló la villa durante más de tres horas el fatídico 26 de abril de 1937. Hay varios motivos por los que siempre me conmueve la visita a ese lugar que sirve de memoria, homenaje e invitación a construir sendas de paz.
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Quizá el que más me ha impactado en esta última visita ha sido la fría explicación de las intenciones militares y cómo se quiso “experimentar” modos para hacer el mayor daño posible. Era día de mercado, cuando los aldeanos bajaban de sus caseríos para intercambiar productos en la ciudad y por eso las víctimas fueron civiles, con toda la intención de los atacantes. De hecho, las fábricas de armamento, el puente o el ferrocarril se mantuvieron intactos, para facilitar su utilización por el otro bando cuando entrara en Gernika.
Daños colaterales
Me resulta espeluznante cómo las personas tenemos capacidad de poner entre paréntesis la condición humana de los otros y contar con ellos como meros “daños colaterales” ante cualquier otra intención espuria. Y, dándole vueltas a esto, me parece que hay dos aprendizajes que se nos quedan siempre pendientes.
- Por un lado, conviene tomar conciencia de que no somos mejores que nadie. Por mucho que nos pueda resultar terrible, todas las personas escondemos esa misma capacidad de obviar la condición humana del otro, dejarla a un lado y emplearlos para nuestro único beneficio. Sí, es muy probable que no terminemos con la vida física del prójimo, pero podemos herirlo profundamente, a veces de maneras muy sutiles y sin ser conscientes de ello. Y no ser consciente del daño o no tener mala intención tampoco nos exime de nuestra responsabilidad.
- Por otro lado, también es un aprendizaje permanente la necesidad de recuperar el rostro concreto de los demás. Todo cambia cuando reconocemos en el otro a alguien que busca, sufre, tiene miedo o se alegra como nosotros, en vez de un mero número desencarnado.
Cada día se nos dicen las cifras de muertos, por bombas o por hambre, en la zona de Gaza. Se trata de una situación que se parece demasiado, por desgracia, a aquella que me impresiona tanto cuando visito Gernika, con la notable diferencia de que la situación dura mucho más que tres horas. ¡Qué distinto cuando conocemos historias, vemos rostros o escuchamos su miedo y su desesperación! En el museo de la paz de Gernika hay un cuadro en el que se hay un crucificado entre los escombros del bombardeo mientras otro personaje se tapa la cara expresando sufrimiento. Imposible que no repique con fuerza eso de “lo que hicisteis a uno de estos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mt 25,40).
